El sociólogo Norbert Elias señaló a propósito del fútbol que este, al igual que otros deportes, se encuentra “precariamente suspendido” entre dos peligros fatales: el aburrimiento y la violencia. También comparó los partidos de fútbol con obras teatrales en las que hay emoción, tensión y clímax. Pero lo que vemos -desde hace ya varios años- los hinchas del Once Caldas cada vez que juega nuestro equipo es mal teatro. Aburrimiento y tristeza entre los seguidores del “blanco” son la constante en cada jornada del fútbol colombiano.
Durante décadas uno de los principales motivos de orgullo, no solo de los hinchas del Once sino también de Manizales y Caldas, fue la pulcritud en la administración del equipo. Cuando el narcotráfico permeó buena parte de los equipos de fútbol profesional en el país, incluyendo a varios de los más grandes y emblemáticos, el equipo de Manizales era tomado como ejemplo de gestión deportiva al margen del crimen organizado. Gestión que poco a poco fue dando resultados importantes. En 1997 de la mano del técnico Javier Álvarez, el Once inicia un período glorioso que se prolongó hasta 2010. El subcampeonato de 1998 y la estupenda participación en la Copa Libertadores de 1999 en la que llegó a golear al River Plate, hicieron de Álvarez y de jugadores como Edwin Congo, Arnulfo Valentierra y Sergio Galván Rey, héroes de la afición de Manizales y Caldas.
En el primer semestre de 2003 Luis Fernando Montoya, un técnico juicioso, sin aspavientos y sin soberbia, supo llenar de confianza a una nómina modesta que nos hizo vivir por primera vez a la mayoría de los hinchas, la experiencia de ser campeones de la liga nacional (la primera estrella se ganó en 1950). Luego, vino la hazaña inolvidable de la Copa de Libertadores de América en 2004 en la que el Once dejó en el camino al Barcelona de Ecuador, a los históricos Santos y São Paulo de Brasil y finalmente, al encumbrado Boca Juniors. ¡Cómo olvidar ese golazo de John Viáfara y las atajadas felinas de Juan Carlos Henao en ese partido del primero de julio en el Palogrande!
Sin embargo, justo en 1999 cuando se empezaron a cosechar los frutos de la buena gestión, se sembraron también las semillas del fracaso. El Once Caldas no se vio envuelto en escándalos relacionados con dineros del narcotráfico. No obstante, a lo que no escapó la dirigencia del equipo fue a la tendencia a eludir sistemáticamente la financiación de los bienes públicos y hacer trampa en las declaraciones de impuestos. En 1999 el Once vendió a Edwin Congo al Real Madrid por 5,5 millones de dólares y no registró correctamente esa transacción en su declaración de renta. Tras un tortuoso pleito jurídico con la DIAN, el Consejo de Estado impuso al Once una multimillonaria sanción que puso en vilo la viabilidad misma del equipo. Fuimos de tumbo en tumbo hasta quedar en manos de Kenworth de la Montaña y Jaime Pineda. Aunque se logró salvar al equipo de la liquidación, las cosas en lo deportivo no han salido bien. Torrente y Lisi nos dejaron instalados en los últimos lugares de la tabla.
Con ilusión recibimos la mayoría de los hinchas el regreso de Francisco Maturana. En nuestro equipo del alma comenzó Pacho, en 1986, el proceso que llevaría al fútbol colombiano por una senda ascendente. Con el Atlético Nacional el técnico chocoano logró la Copa Libertadores de 1989. Luego llevó a la Selección Colombia a los mundiales de 1990 y 1994. Más tarde, en 2001, le daría al país la única Copa América que hemos ganado hasta ahora. Por eso creímos que con él nuestro equipo regresaría a la grandeza. La gente respondió a esa ilusión volviendo al estadio. Pero -retomando a Elias- la emoción en cada encuentro no conduce al clímax del gol (el Once casi no anota) y la tensión no se libera con el triunfo sino con la decepción y la derrota. No se trata solo de ocupar el puesto diecisiete entre veinte equipos. La decepción no sería tan fuerte si viéramos algún horizonte gestándose en la cancha partido tras partido. Solo se ve desorden, nerviosismo e impotencia.
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