Personas del barrio rodearon lo que quedaba del CAI, gente sencilla, bienintencionada. Hubo niños que regalaron dibujos a los policías. La señora de la tienda de la esquina y el sastre del barrio se pusieron de acuerdo para cantar a una voz: “¡los buenos somos más! ¡los buenos somos más!” Los otros vecinos inmediatamente se unieron. El reportero atinó a decir a la cámara: “Esta es una muestra de esperanza, de rechazo a la violencia y al vandalismo, porque los buenos, somos más”. Yo estaba viendo ese noticiero y me sentí incómodo. Un par de días después vi al inquilino de la Casa de Nariño vestido como patrullero de la Policía, sonriendo y abrazando a otros patrulleros. Esta vez no sentí incomodidad sino enojo. Las personas que rodearon el CAI seguramente eran buenas personas, quizá ingenuas. El señor vestido de policía no tenía derecho a enviar ese mensaje.
Obviamente, son muchos los policías que no son torturadores o asesinos y los que tienen que lidiar con bandidos y, peor aún, con gente de bien; de esa que los zangolotea y les dice: “Usted no sabe quién soy yo”. Hay policías amables, decentes, que la han pasado mal con la guerra y con la violencia desatada por narcos, bandas, combos criminales y algunos miembros prestantes de la sociedad. Incluso hay policías con un alto sentido de justicia como el que rehusó cumplir con una orden de desalojo en Cali, en pleno confinamiento. Eso no significa que la Policía funcione y que merezca respaldo incondicional. Todo lo contrario: hace rato vemos policías maltratando a la gente, especialmente a personas humildes. Varios muertos y decenas de heridos con armas del Estado son hechos que ameritan la renuncia del ministro de Defensa, un llamado a rendir cuentas a los altos mandos, un compromiso de revisión profunda del funcionamiento y diseño de la institución y un gesto generoso de perdón y reconciliación. Sin embargo, esa foto del patrullero Duque parecía decirle a toda la Policía: “¡buena esa, muchachos! ¡cuentan con el apoyo del Gobierno! ¡todo está bien!”.
Los buenos vecinos del CAI caen en la trampa que divide a la sociedad entre nosotros los “buenos” y ellos los “malos”. Claro que hay gente llena de odio que aprovecha la oportunidad para regodearse en el caos, guerrilleros urbanos, saqueadores y matones. También hay gente a la que la rabia le gana. Sin embargo, los matones que mayor indignación deben producir son aquellos que portan las armas del Estado. Un matón cualquiera no tiene el deber de cuidar, el policía sí. La división entre “buenos” y “malos” equivale a introducir el lenguaje de las guerras santas a los conflictos sociales y a la protesta ciudadana. Ese lenguaje elude la autocrítica, ignora matices y diluye responsabilidades. En una sociedad tan injusta y segregada como la nuestra la autocomplacencia moral no tiene cabida. “Los buenos somos más” propone un lenguaje que le viene bien a la mentalidad autoritaria: el que se porta bien, el que no discute, el que obedece, el que no pone problema: ese es el buen ciudadano. Es el lenguaje con el que se siente a gusto un señor del Gobierno que quiere construir un “protestódromo”. Por lo visto, Pachito Santos, el amigo de los choques eléctricos para los estudiantes, está haciendo escuela. Ese señor del “protestódromo” es el mismo que coordinaba el llamado “diálogo nacional” después de las movilizaciones del 2019… ¡Hágame el favor! La diferencia entre los vecinos del CAI y el patrullero Duque es que los primeros son ciudadanos sinceros, el patrullero es el señor presidente.
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