Ante el peligro inminente suele suceder que primero reaccionamos y después tomamos conciencia de nuestra acción. Es lo que me ocurrió al conocer los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Había votado guiado por una ética de la convicción. Sin embargo, al ver que Rodolfo Hernández pasó a segunda vuelta, inmediatamente decidí votar por Gustavo Petro el próximo 19 de junio. No necesité mucha deliberación y razonamiento para identificar el grave peligro que enfrentamos si ponemos a Hernández en el Palacio de Nariño (aunque parece que preferiría “despachar” (o mejor, despacharse), desde la cocina de su finca). Aterra la posibilidad de que una persona imputada por una serie de delitos relacionados con un contrato de manejo de basuras por 570.000 millones de pesos tenga la posibilidad de llegar a la presidencia cabalgando, hipócritamente, sobre un discurso demagógico contra la corrupción. Aterra también su autoritarismo, su misoginia, su ignorancia y su pobre concepción de la ciudadanía (“hombrecitos” y “mujercitas”) y del Estado (un negocio cuyo único objetivo es ahorrar plata). Como dijo una médica santandereana: Rodolfo es un candidato grotesco. A punta de soez locuacidad, Hernández ha sabido capitalizar la rabia que tienen millones de colombianos con el establecimiento, pero en realidad, no representa ninguna reivindicación democrática. Es apenas un demagogo. Su programa es una lista de mercado, sin diagnósticos serios. Dice por ejemplo que va a “incentivar -por todos los medios posibles- la investigación científica” ¿Cómo así que “por todos los medios posibles”? ¿Qué clase de estrategia es esa?
Tras reflexionar a posteriori sobre mi decisión, la sostengo a pesar de que tengo dudas, no tanto sobre el programa de Petro sino sobre su mesianismo y, sobre todo, algunas de sus alianzas. El programa es -a pesar de cierto lirismo innecesario- coherente y con un proyecto claro de transformación de nuestra sociedad, inscrito en una concepción de liberalismo social compatible con el espíritu de la Constitución de 1991. Algunos puntos problemáticos pueden pasar por el tamiz de la deliberación pública y el proceso político institucional y democrático que Hernández, con su mentalidad -más de capataz que de ingeniero- tanto desprecia. Mis dudas se relacionan más con ese talante que alejó, en la Alcaldía de Bogotá, a varios de sus colaboradores más brillantes y más aún, con esa lista de aliados que incluye al suspendido alcalde de Medellín, a un misógino concejal destituido que terminó en la lista al congreso por el Pacto Histórico y a varios representantes de la más sórdida política tradicional.
No obstante, Gustavo Petro y el Pacto Histórico también han logrado articular una serie de demandas de sectores sociales y populares que han permanecido subordinados y que exigen que sus reivindicaciones de redistribución y de reconocimiento social no sean nuevamente aplazadas. Colombia no ha tenido un gobierno de izquierda. Quizá la excepción sea el brevísimo gobierno del general José María Melo en 1854. Algunos presidentes tuvieron una vocación reformista pero más o menos frustrada por el veto de las élites rurales (López Pumarejo, Lleras Camargo y Lleras Restrepo).
En 1882 Rafael Núñez sentenció: “Regeneración o catástrofe”. Las opciones en esta segunda vuelta son: alternancia (Petro) o catástrofe (Hernández). Hay que recordar -en todo caso- que la catástrofe (Guerra de los Mil Días) siguió a la Regeneración. Para evitar en este momento una secuencia similar es necesario asumir que el voto por Petro implica un ejercicio permanente de control y veeduría ciudadana. Evidentemente, ese ejercicio no sería posible con el señor que dijo admirar a Hitler. En la segunda vuelta el voto debe estar orientado por la ética de la responsabilidad.
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