Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, sorprende cada día con la manera brusca de expresarse, cuando se dirige a sus conciudadanos, con repercusiones internacionales. También cuando anuncia repentinamente sus propósitos legislativos.
Mucha parte del público se fastidia con sus actitudes, pero a medida que el tiempo pasa, las gentes lo van entendiendo y asimilando su áspera personalidad. Con esa misma medida, han empezado a entender los fundamentos de su gobierno.
Lo que está haciendo y diciendo fue claro durante su campaña. En su mandato ha aplicado lo uno y lo otro, sin que nadie se pueda sentir engañado. Sus excesos emocionales, sin embargo, repudian. Pero sus propuestas legislativas no son malas. Al contrario, son excelentes porque se refieren a reformas tributarias, dirigidas al bien de los estadounidenses en forma exclusiva. Cada paso repite y repite, que los Estados Unidos, su patria, es solo para sus compatriotas, residentes dentro sus fronteras.
Tiene en sus manos varios proyectos de ley esperando conseguir una mayoría parlamentaria, antes de entregarlos al congreso para su discusión y aprobación. Proyectos que tienen a las empresas y a la producción pagando un impuesto del 35%. Con esta reforma pagarán el 20%. Otro proyecto de valor consiste en rebajar o eliminar los impuestos a las ganancias de compañías norteamericanas, establecidas hoy en el exterior. Esto es un gran atractivo que dará lugar a repatriaciones masivas que se incorporarán al crecimiento del país del norte.
Los individuos pagarán, entre 12%, 25% y 35%, niveles aún desconocidos.
Trump es un hombre de negocios exitoso, como lo fue su padre. Hoy supermillonario, ha superado varias quiebras. En sus agudas controversias nacionales e internacionales, como si fuera un comprador o vendedor, plantea sus puntos de vista con agresividad, tratando de adivinar el interior de su contraparte, con exageradas posturas en el pedir y en el ofrecer. Sorprendentemente desde el día de su posesión, los indicativos que muestran diariamente los precios de la bolsa de valores, han estado en alza, atribuyendo este rally, así llaman el alza en la bolsa de valores, a la fuerte personalidad de su presidente.
En Colombia todo es distinto. El presidente es más bien débil. Trata de aparecer como un hombre de Estado. Sus maneras son suaves y elegantes, sus iniciativas se ven lanzadas desde lejos, como lejos ha sido su presencia durante su mandato. Se apunta más a las veleidades de un premio nobel extemporáneo, que atender la dura tarea del quehacer cotidiano, de un país pobre y descontento.
Estimulado por la posibilidad de este premio, permanecía en Europa la mayor parte del tiempo, vendiendo su imagen, mientras sus ministros dispersos hacían, el gobierno a su manera. Sin preocuparse por el éxodo de las empresas colombianas al exterior, producto del sistema tributario, que les impide producir y crecer. Es exactamente lo contrario de lo que Trump, tiene como proyecto para atraer las empresas norteamericanas en el exterior.
Impulsado por manos fraternas, escogió una negociación con unos bandoleros inmersos en criminalidad ya derrotados. En ese momento con unas pocas acciones militares era suficiente para reducirlas rápidamente. Negociación casi a la quiebra, consumiendo parte cuantiosa de las precarias reservas e ingresos nacionales, amén de medio gobierno.
El presidente pronto se va por período cumplido, y su país Colombia, quedará sumergido en la pobreza y en una inseguridad creciente en campos y ciudades. Mucha parte de los guerrilleros, nominados como entregados, se han declarado disidentes, regresando a la misma criminalidad que ha merecido internacionalmente el nombre de terroristas.
Por todas estas cosas el presidente tiene una calificación tan baja en las encuestas. Las gentes colombianas están hartas, heridas y anhelando fuertemente otro gobierno.
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