Vale la pena reflexionar en segundo plano sobre los procesos democráticos, escudriñar que se esconde detrás del arte de la política, aquella que conocemos como la libertad de elección, como un principio fundamental de los derechos ciudadanos.
 Retomemos la frase “libertad de elección” y veamos qué pasa en nuestra vida cotidiana. Nos ufanamos de la autonomía digital, participamos de las redes sociales, interactuamos con dispositivos digitales, vemos como el internet de las cosas (IoT) ya es parte de nuestra rutina, nos abriga una sensación de emancipación e independencia, nos apropiamos de nuestro entorno y así hacemos parte de la comunidad digital.
 Sin embargo, cada día entregamos más información y en la realidad somos cautivos digitales, no somos libres, es la alucinación de libertad la que nos confunde; lo verdaderamente libre es la información que viaja a través de las redes, como personas estamos capturados y perfilados por el big data y la analítica, poco importa ya el número de identificación, ahora lo importante es el perfil, de manera personal y precisa entregamos datos para ser rastreados; Alexa se convierte en nuestro mejor guardia familiar y trasmisor de datos, luego el smartphone, el sistema ITS del vehículo y las vías, el portátil, las tarjetas de crédito, las compras y las redes, así vamos contribuyendo a enriquecer nuestros perfiles psicométricos.
 Pero esa sensación de transparencia es una falsa seducción, somos nosotros quienes caemos en la falacia de la autonomía digital. Estamos atrapados y nuestros datos están siendo utilizados, nos diluimos en la sociedad de la información, no obstante la fuerza de la analítica y la inteligencia artificial nos tienen capturados; mientras tanto, lo importante para la democracia es el perfil, ya poco escuchamos con atención los mensajes de la verdadera seducción de la democracia, nos hemos convertido en oyentes de mensajes cortos y maquiavélicamente dirigidos; estamos capturados por la infocracia, como bien lo expone el profesor Chul Han.
 Los discursos se han convertido en presentaciones teatrales, lo importante es el espectáculo, la dramatización de los hechos, el discurso prefabricado y el juego emocional, cubierto en la estrategia del populismo, encaminada a públicos específicos; asistentes con perfiles previamente analizados, los espectadores de ocasión ya habían sido alienados por robots alimentados desde la inteligencia artificial; una democracia desdibujada de lo esencial, de escuchar de manera imparcial el libre ejercicio de las ideas, la buena política ha quedado desdibujada; para entonces, los asistentes se habrán convertido en un nicho preciso de mercado electoral; sus perfiles psico políticos ya estaban perfectamente identificados.
 La democracia se va diluyendo, de un usuario se disponen entre 4.000 a 5.000 datos por persona, cifra que se hace exponencial en la medida que interactuamos con un mayor número de puntos de conexión digital, poco a poco nos alejamos de lo que interpretamos como democracia, el discurso se ha vuelto líquido, insulso, insustancial, alocuciones dirigidas a explotar necesidades específicas, sin importar la viabilidad de estas, lo significativo es sumar; el mensaje se acomoda al micro segmento.
 Asistimos a un cambio radical, el sentido de la política ha perdido terreno, la gestión de sistemas basados en datos viene tomando fuerza, por supuesto asistiremos a discursos políticos, con arquitecturas definidas y específicas, un escenario en el cual el contenido democrático pierde terreno.
 Fantaseamos con realidad de lo social y las penurias de los electores, que en estricto sentido no es adulterar la realidad; pero utilizamos la semántica para confundir y así nos encontramos en el límite del engaño, las posverdades son un buen ejemplo; un proceso en donde la democracia poco a poco se diluye.