El pago a plazos se ha vendido como una manera “cómoda” de acceder a bienes o servicios. Sin embargo, detrás de ello hay un costo que puede elevarse por cuenta de intereses y otros rubros que se agregan a una infinita lista de justificaciones y que pasan desapercibidos por ilusiones o malentendidos varios.
Este exordio es necesario para procurar una comparación real con los tiempos de espera que exige la atención en salud mental que se ofrece en Colombia, pues parece que la oferta no se ajusta a la demanda y una desborda a la otra, de allí que sea insostenible y penoso someterse a largos plazos de espera.
Por suerte, y debo ajustarlo a un caso estrictamente personal, he dado con excelentes profesionales, pero verlos es cada vez más complejo, por no decir, escaso, si esto viene por cuenta del sistema de salud y la afiliación a una EPS.
Por eso es común que las citas o las sesiones psicoterapéuticas que deben tener una regularidad estimada se incumplen o fallan a su misión por motivo de la falta de disponibilidad de agenda de los profesionales y, por lo tanto, es obligatorio estirar la respuesta al problema por el paciente. Lo más complejo llega cuando chocan directamente la necesidad con la realidad. A esto voy:
He conocido personas cercanas o amigos necesitados de atención psicológica no urgente. Al ser remitidos a un profesional de salud mental se topan con la dura realidad de entender que su molestia solo puede ser atendida semanas o meses después de la crisis, puesto que la agenda ya está copada. Así, entonces, para tener una psicoorientación adecuada no queda más que esperar y padecer, si es el caso, o pagar del bolsillo propio a un profesional y adecuarse a sus tarifas.
Y ese es quizás el quid de todo el problema: no hay cómo evaluar la urgencia de las epicrisis y estas deben posponerse para ser atendidas en un tiempo más frío. Por ello, probablemente muchas personas desisten de ser atendidas en salud mental, otras no lo pueden pagar y, quizás, unas más encuentran en otros elementos, sustancias o personas la “ayuda” que buscan.
En todo lo anterior se fundamenta la analogía que propone el título de esta columna: es como si las crisis psicológicas se tuvieran que saldar a plazos o cuotas, asumiendo como pago total la espera en largos términos por una cita -asumiendo el costo que supone no ser atendido a tiempo-, establecerse en parámetros nocivos de pensamiento o sumirse en episodios todavía más profundos y difíciles de tratar y/o curar.
Una revolución del mecanismo de atención en salud mental es perentoria; al menos, para que miles de personas que necesitan atención la puedan encontrar oportunamente y sigan sus tratamientos, si les son formulados, regulada, orientada y claramente. Pero, es complejo cuando las citas que deben tomar lugar en un mes se tardan tres, o los tratamientos continuados tienen baches de varias semanas. Todo obedece a los mismos dolores de cabeza que causa el sistema de salud colombiano y por ahora poco se puede esperar. Así son las cosas.
Por lo pronto, y como sigue todo, muchos pacientes seguirán pagando caro tener que vivir sus crisis por cuotas o plazos, es decir, sufrir a crédito.
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