El llamado del Papa a la reconciliación, al perdón, y a la construcción de sistemas equitativos que aseguren la inclusión, se puede resumir buena parte del legado que dejó en su reciente visita. Y lo bonito fue que lo hizo desde un testimonio de dejar oír a las víctimas, desde la necesidad de reconocer y de poder mirar a los ojos a los que son excluidos de los sistemas sociales y económicos. En efecto, el Papa Francisco lo hizo desde lo más profundo de la humanidad.
El Papa puso el dedo en la llaga social de nuestro país: “… la inequidad es la raíz de los males sociales”. La inequidad en el país está en el rosto de los contrastes al interior de las ciudades; en las aberrantes diferencias entre regiones del país; en la desigualdad en la repartición de la riqueza y en la horrenda negación de oportunidades a muchos colombianos y colombianas por motivo de la familia en que nacen. A este respecto el Papa nos dejó una tarea muy grande y que hay que asumir con renovada pasión.
Un segundo aspecto a transformar tiene que ver con la inclusión. “Todos somos necesarios para crear y formar la sociedad. Esta no se hace sólo con algunos de «pura sangre», sino con todos. Y aquí radica la grandeza y belleza de un País, en que todos tienen cabida y todos son importantes”. La inclusión no solo pasa por tener una democracia formal, sino por la necesidad de dar participación a todos en las construcciones de los consensos en sociedad. Es una actitud de profundo respeto por los otros y en particular para que todos, aun los que son “distintos” o piensan de manera muy diferente, puedan expresarse y tenerse en cuenta.
La reconciliación como posibilidad de darle la oportunidad a los que han cometido dolorosos actos de violencia es una apuesta profunda por el ser humano. Por la capacidad de conversión y de cambio, que parte del principio que todos los hombres y mujeres están llamados al bien y que nadie se pierde de manera radical, es decir, que por más mal que haya hecho es capaz de hacer el bien. Nadie se pierde.
Hay que “poner el corazón en todo lo que hagamos, pasión de joven enamorado y de anciano sabio, pasión que transforma las ideas en utopías viables, pasión en el trabajo de nuestras manos”, solo de esta manera se podrá sembrar de esperanza el país.
Luego de la visita del Papa el reto más grande es que no dejemos perder la motivación que él le ha imprimido al país. Y la mejor forma es ponernos en movimiento, en comenzar a hacer que las cosas pasen. En dar en efecto ese primer paso, que se hace a nivel individual y colectivo.
Como un mantra, los colombianos y colombianas tendremos que repetir sin cesar: reconciliación, perdón, equidad e inclusión. Estos son los elementos fundamentales para lograr esa nueva dinámica a la que el Papa Francisco nos ha invitado.
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