Ese es nuestro país. Los últimos acontecimientos nos están demostrando que el Estado colombiano, incluyendo todos los poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), administran detrás de las cortinas parte de la corrupción. Es inaudito que uno de los comprometidos en el “tumbis” de Interbolsa ya esté libre y que ya le hayan quitado el brazalete electrónico. Esa es nuestra justicia de estiércol. Otra perlita, ya en la parroquia: ¿Cuándo van a aclarar definitivamente el “enredo” relacionado con la compra de las sillas del estadio? La bellaca conducta de una gran mayoría de colombianos, con demasiada alcahuetería y permisividad, deslegitima nuestra institucionalidad, imposibilitando de paso la poca gobernabilidad que aún poseemos, ya acompañados de Timochenko y sus bandidos.
Estoy seguro que el país nacional va a reaccionar en algún momento impidiendo tanta bellaquería. En la última elección para el famoso plebiscito, la abstención fue del 67%. Si esos colombianos votaran, así fuera en blanco, todo podría cambiar para bien y, el porvenir de nuestros hijos y nietos cambiaría. Existen funcionarios renuentes a corregir su mentalidad pícara, tunante y granuja; los reciben con los brazos abiertos en los clubes sociales, simplemente porque aportan y muestran dinero. Hay muchos botones para mostrar incluso en nuestra vereda. Creo que lo peor está por venir, pues los pocos valores que aún quedan se están descomponiendo; ya es costumbre ver a los hijos de esos fulanos en carros de alta gama, con abundante dinero a sus alforjas, “matoniando” a sus compañeros de colegio o universidad, disfrutando de sus comodidades como cualquier hijo del “Chapo Guzmán”.
Alguien realizó un concurso sobre la corrupción entre los países latinoamericanos; ganaron los “venecos” y en segundo lugar quedaron los colombianos, pues ambos sobornaron al jurado; pudieron más los narco-petro-bolívares. Esos corruptos son los piratas del siglo 21, pertenecen a todos los grupos políticos, su bandera es la misma balaca negra y la calavera de rigor. Sus prioridades son las de siempre, saquear y robar al gobierno tolerante y permisivo de turno. Claro está que el 90% se encuentran dentro del mismo gobierno, el cual actúa como un Estado oculto, acabando de paso con la integridad, honestidad y transparencia que debe tener mi país.
Si el Estado no castiga a esos delincuentes, nuestra sociedad sí lo debe hacer, despreciándolos y publicando sus fechorías. ¿Si sentirán vergüenza? Posiblemente no. Las personas de bien que afortunadamente son la gran mayoría, deben rechazar de manera implacable a estos forajidos, muchos de cuello blanco y socios de la gran mayoría de los clubes sociales. Debemos utilizar “matamaleza” como la usamos en nuestro jardín y no abono, pues estaríamos generando más corrupción.
La corrupción tiene consecuencias tangibles o palpables y otras que no lo son, que pueden ser intangibles o aparentemente con poca “materia”. Las primeras son fáciles de medir o de observar. Generalmente los sobornos de moda, como son los de Odebrecht, implican un “costo” económico para el pagador, dinero que aparentemente llega al estrato seis. Ejemplo, el viceministro de Transporte cartagenero de la época, recomendado al presidente Uribe por los heliotropos de la Heroica. Pero esos costos se van a diluir o van a ser mínimos, pues las ganancias son mayores, generando sobrecostos para el Estado oculto y alcahuete. El retorno del dinero invertido en el soborno será apetitoso. Esto lo puede explicar con lujo de detalle Otto Bula.
Las consecuencias intangibles tiene que ver con el daño moral para la familia del sobornado, pero al fulano de marras le importa un bledo que su núcleo familiar se convierta en la burla de la sociedad, pues ya tiene los U$ en Panamá y su delito para nuestra justicia le dará posiblemente casa por cárcel. El país nacional tiene que reaccionar pues en Colombia estamos “normalizando” la corrupción, con secuelas demasiado lesivas como pueden ser la pérdida de confianza en nuestras instituciones y la total ilegitimidad de nuestra clase política, creándose la sensación de que todos somos corruptos por nuestra tolerancia enfermiza. Se está aniquilando el honor del país nacional, mientras el país político se ha vuelto “curandero” de sus propios errores y trampas.
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