Lo sé. Es más sencillo seguir las hordas, dejar que otros elijan por nosotros y aceptar como borregos las decisiones que se adoptan por mayoría, sin cuestionar el sentido común que por lo general resulta por ser el menos común de los sentidos. Aquello es fácil. No así disentir. Dar un paso al costado, pensar diferente y expresar un punto de vista diverso requiere arroparse contra la crítica, blindarse frente a la diatriba y prepararse para debatir, con argumentos, las razones del tal disenso.
Aunque existe sobreinformación en torno al caos generado por el nuevo coronavirus, conviene cotejar dos hechos que, en lugar de enfrentarse se deben yuxtaponer, pues de su justa ponderación dependerán los próximos meses de nuestro país: La protección a la vida gracias a la adopción de medidas de aislamiento sectorizado o “inteligente”, y el cuidado de la economía a través de una apertura a los diferentes sectores que componen nuestro aparato productivo. No es posible acoger la idea que nuestra existencia futura tenga que batirse entre estas paradojas. En este mismo espacio, el pasado 19 de marzo se publicó la columna titulada “La verdadera pandemia”, advirtiendo el elevado costo que conllevaría propagar el miedo como moneda de cambio para hacer frente a la crisis del nuevo coronavirus. Tres meses después nada ha cambiado. El terror sigue rampante y nos ata con cadenas de acero a una cruel realidad que nos impedirá encontrar de nuevo la senda del crecimiento.
Al inicio de la pandemia, presos de pánico, la voz general clamaba - como es obvio - por la defensa de la vida a través de una rigurosa cuarentena que, sin excepción, debía imponerse en todo el territorio nacional. Idea noble y necesaria que por ningún motivo debe mantenerse en el tiempo. Las mismas voces que, movidas por el pavor clamaron por la clausura inicial, ahora abogan por soluciones económicas al ver sus sueños hechos añicos después de dos meses de inactividad. Las cifras hablan por sí solas.
Fedesarrollo estima que el costo asociado a la cuarentena obligatoria (que no es lo mismo que el costo de la pandemia, que será mayor), oscilaría entre 94 a 125 billones, lo cual representa entre el 8,9% y 11,8% del PIB. La misma entidad considera que un tercer mes de encierro incrementaría las cifras hasta 182 billones de pesos que suponen el 17,1% del PIB. Por su parte el DANE ha publicado recientemente su informe del mercado laboral con cifras históricamente negativas. Nuestra tasa promedio de desempleo calculada al mes de abril ascendió a 19,3% con una tasa increíblemente baja de ocupación (personas ocupadas en edad de trabajar) del 41,6% y una destrucción de 5 millones de puestos de trabajo. Mayo no será mejor. Se estima que la tasa de desempleo sea superior al 30% y perdamos 20 años de desarrollo económico. Bajo estas circunstancias y a pesar de las políticas adoptadas para flexibilizar el confinamiento, se debe tener presente que una reapertura lenta aumentará la sensación de temor y letargo indefinido lo que, en última instancia, comportará un suicidio para miles de personas que deberán cruzar los brazos cuando el hambre toca su puerta. Colombia no resiste más tiempo con una fuerza de trabajo embutida en 4 paredes.
Tendremos que convivir con el coronavirus durante los próximos años. Esto es un hecho. Tampoco podremos permanecer bajo llave en nuestras propias casas esperando que las soluciones lleguen solo a familias famélicas. El propósito de la cuarentena nunca fue detener el brote del virus, sino preparar nuestro sistema de salud para una respuesta efectiva. Hemos acopiado los recursos, el Estado ha contado con tiempo suficiente para acoplarse y nosotros como ciudadanos hemos aprendido del autocuidado y distanciamiento social. Ahora llegó el momento de abrir las puertas de nuestras ciudades y permitir que fluya la vida, manteniendo en todo caso las reglas mínimas de protección personal.
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