Como no alcanzan los puestos para todos los aspirantes a cargos públicos, se crearon las elecciones populares, cuyo objeto es que las mayorías escojan los ganadores y los perdedores acaten el veredicto de las urnas. En una comunidad civilizada, quienes no alcanzan el beneplácito de los electores asumen el papel de veedores del desempeño de los favorecidos, de manera que sus actuaciones correspondan a los programas anunciados en las campañas, con el objetivo de alcanzar el bienestar de la comunidad, el progreso, la superación… Eso en el papel se ve bien, pero la realidad dista mucho del altruismo que proponen el arte de gobernar y la representación responsable de las comunidades, para propender por su bienestar, en los más altos estándares posibles. Nuevos “valores”, que inspiraron al maestro Villamil, indican: “…amigo cuánto tienes, cuánto vales, principio de la actual filosofía”. Con una voltereta digna de los más arriesgados saltimbanquis y maromeros, en un momento desafortunado de la historia universal saltaron al escenario de la política los barones de los negocios turbios, que impusieron el poder del dinero sobre el altruismo, la dignidad y el bien común. La cantinela de “salud, educación y techo”, se quedó en un disco rayado que se repite en todas las campañas y sólo se cumple en la medida que la contratación de esos servicios favorezca a políticos y ordenadores del gasto público, “todos a una”. Administradores del Estado y legisladores honestos y eficientes, que los hay, los hay. Pero los malosos hacen mayorías en su contra por arte de birlibirloque, para tumbar propuestas legislativas o frenar proyectos en curso, para lo cual vale desajustar quórums, introducir “micos” a los textos aprobados, demandar…; cualquier cosa, sin importar el daño social que se haga.
Para aterrizar en un caso concreto, los votos que obtuvo el presidente Duque no son patrimonio electoral de él, ni de sus mentores; y contabilizarlos como tales es una ingenuidad. Para la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, cuando asomó el espanto del populismo irracional, muchos electores optaron por el enunciado “del mal el menos” y votaron por Duque. Así fuera con las narices tapadas, porque algo olía mal.
Ya elegido el presidente Duque, abstracción hecha de las bestialidades que dijo el presidente del Congreso Nacional en su posesión, lo sensato es respaldar a un ciudadano decente, capacitado, honesto y patriota, a cuyo alrededor revolotean aves de rapiña, que él sabrá espantar con diplomacia y buenas maneras, para evitar confrontaciones y escándalos que hagan daño al país. Como diría un campesino: “Yo no quiero matar la gallina, sino que se desenculeque y ponga”. Nobleza obliga.
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