Para cultivar el optimismo se puede pensar que las elecciones del próximo año, para presidente de la República y congresistas, darán buenas sorpresas. La manipulación de la democracia, el ingreso de los cargos de elección popular al mercado de valores inconfesables, la melancólica calidad de buena parte de los elegidos y la ausencia de valores intelectuales y morales, han calado en la conciencia de los colombianos, que sólo han recibido frustraciones. Algunos, inclusive, de los que reciben dádivas, se quejan. Otros, los que eligieron entre malos el menos malo, ahora se jalan las mechas y repiten “cómo fui de bruto”, cuando el error no tiene reversa y sólo queda el consuelo de no repetirlo. Esa reflexión no es exclusiva de gente “preparada”. El pueblo raso es más inteligente de lo que los políticos creen.
La avalancha de actos de corrupción, los escándalos de legisladores untados de porquerías, las frustraciones por necesidades sociales insatisfechas, la profusión de obras inconclusas ya pagadas y los delitos contra el erario, que se alimenta con los impuestos que paga el contribuyente anónimo, son inocultables. Hasta los jueces que se politizaron han caído en la cuenta de que la justicia sólo sobrevivirá con decoro si toma la firme decisión de castigar a los culpables, que pueden ser los mismos que proveen sus cargos.
Colombia es un país de leyes, así algunos se burlen del legado del general y presidente Francisco de Paula Santander (1792-1840). Y es tierra estéril para las dictaduras. En más de 200 años de vida republicana ha habido tres, dos de ellas efímeras. La primera, la del general José María Melo (1800-1860), producto de un golpe militar en 1854. Después, el general Rafael Reyes Prieto (1849-1921) quiso prolongar mañosamente su período presidencial (1904-1909) y fue obligado a renunciar. Y el general Gustavo Rojas Pinilla (1900-1975) dio un “golpe de opinión” para frenar el desangre de la violencia política y duró en el poder desde 1953 hasta 1957. Cuando intentó perpetuarse, fue derrocado.
Otras dictaduras, cobijadas a mediados del siglo XX bajo el artículo 121 de la Constitución Política (Estado de Sitio) tuvieron origen en las urnas, aunque las elecciones no hubieran sido muy ortodoxas. La de ahora, que acaparó todo el Estado, comenzando por los entes de control, creó la figura de la “idolatría” y se escuda tras decretos de emergencia aprovechando la pandemia, va en picada. Su inspirador sufre lo que en aviación se llama “desgaste del metal”; de sus actos se burlan los caricaturistas; y los electores cayeron en la cuenta de que el caudillismo, cualquiera que sea, es depredador. En Colombia, el año entrante, van a pasar cosas buenas. “La esperanza es…etcétera”.
Mi libro “Monólogos de Florentino. Reflexiones de un ideólogo empírico”. Librería Ágora, Palermo; Papelería Palermo; Droguería Milán, Alta Suiza; Librería Odisea, centro.
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