Las cuentas que hacen algunos tecnócratas apuntan al rendimiento financiero de la producción manufacturera y agrícola, a las inversiones y al ahorro, y hacen abstracción de la función social de la economía. Esa es una forma de gobernar quienes desconocen el humanismo e insuflan el utilitarismo y la tecnología, para disimular su mediocridad. A la sombra de esa filosofía económica se acoge cualquier programa privado o estatal que estimule la productividad, sin importar los daños que pueda causarles al empleo, el medio ambiente y el equilibrio social. Hay casos puntuales que pueden señalarse como ejemplos. El lector avisado detecta más.
En Colombia, la apertura económica, o globalización, coincidió con los altos precios del petróleo y el café, entre otros, más la bonanza del narcotráfico, lo que les permitió a los economistas pensar en que no era necesario incrementar la producción agrícola, y proteger a los campesinos de eventualidades que pudieran afectarlos, porque había dólares suficientes para importar alimentos. Era una decisión inmediatista, sin visión de futuro y sin tener en cuenta el bienestar de la población rural. Después, la bonanza cafetera animó a los técnicos a incrementar la producción mediante una variedad más eficiente, con arbustos más pequeños que no requerían sombrío. Así, los cafetales tendrían más población. Pero no tuvieron en cuenta que buena parte del sombrío son frutales, que son comida; ni el destino de la fauna Y adoptaron abonos químicos importados, sustitutivos de los residuos orgánicos que, entre otros, resultaban de desyerbar a machete, o a mano.
Así, las fincas les daban trabajo a más jornaleros. La nueva variedad resultó propensa a ser afectada por plagas que había que combatir también con químicos adquiridos en laboratorios europeos. Y numerosas especies animales se quedaban sin hábitat. Varias de ellas se encargaban de polinizar, como las abejas y las aves, que cumplen una tarea de equilibrio ecológico que los químicos interrumpen violentamente. Pero éstos son un negocio muy rentable para quienes los comercializan. La paradoja es que los precios de abonos y herbicidas importados absorben buena parte de los beneficios derivados de los mejores precios internacionales del café; pero cuando éstos bajan los otros permanecen. En el mercadeo agrícola al que menos le toca es al productor. Y al desmotivarse el campesino y vender su predio, el campo se queda sin mano de obra y se pierde la vocación agrícola de los jóvenes. De otra parte, los cultivos expansivos y los químicos han hecho que los pajaritos, las ardillas y las abejas se extingan. Un aspecto de amplio beneficio social es estimular la producción agrícola, para abastecer a la población y exportar. Pero para los tecnócratas de escritorio lo que da mejores rendimientos es la especulación manufacturera, comercial y financiera. La agricultura es un negocio de pobres, según ellos.
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