Los pueblos han establecido sus días de descanso durante los cuales hacen un apreciado alto en el camino en sus actividades.
Las religiones y luego las normas laborales han dado la oportunidad de tener días para cumplir con los mandatos que les imponen las creencias. En Colombia, el domingo o sábado o lunes, han sido días tradicionales no laborales.
La manera de descansar se ha modificado en la medida en que nuevas posibilidades son ofrecidas, donde los citadinos capitalinos tienen otras oportunidades distintas a las que disfrutan en los pueblos pequeños o en las zonas rurales. En las décadas alrededor de 1950 y 1960, los manizaleños en domingo se dividían en grupos: los que iban a sus propiedades rurales de mañana a tarde y posteriormente desde el sábado cuando se modificaron los días y horas de los ritos católicos.
Otros, en domingo, iban a municipios cercanos o distantes: Villamaría, Chinchiná, Neira, Palestina o Santa Rosa de Cabal, a recrearse en lugares privados o públicos.
No pueden olvidarse los paseos al Nevado del Ruíz y su Hotel Termales. Eran obligatorias ruanas, guantes, gorros y las famosas gotas de Coramina, luego prohibidas. La montaña nívea era majestuosa. El Willys era el ideal, incluyendo el mareo a veces con desmayo.
Quien se quedaba en Manizales tenía la opción de hacer el paseo dominical que se repetía con frecuencia a través del año. Tres destinos, excluyendo el fútbol, eran acostumbrados: la central de potabilización y distribución del agua en Niza, que llegó a ser una ejemplar característica de la ciudad al poder beberla directamente de la llave.
El segundo era ascender a Chipre partiendo desde cualquier parte y sobre todo caminar en doble sentido entre el Palacio de Bellas Artes y el Lago de Aranguito, hoy ocupado por el Monumento a Los Colonizadores.
El tercero era caminar por la carrera 23 en doble sentido, desde el parque Olaya Herrera o de Bolívar hasta el parque de los Fundadores, que podía alargarse hasta el Instituto Universitario incluyendo lo que posteriormente se denominó Parque de los Niños, hoy cruce vial para llegar a Ondas del Otún.
Lo importante, además de caminar o montar en bicicleta o utilizar patines en los destinos, eran los manjares que se podían adquirir que eran delicias para los niños y los adultos. A veces en medio de una neblina densa.
En la Avenida Santander, los sitios de interés eran: la vitrina de los nuevos automóviles Ford; las casas de los hermanos Gómez Arrubla; la Estación de El Cable; los grandes potreros de Doña Concha; la casa del ingeniero Lindsay; la bella estructura de la Normal; las cuatro entidades de salud, destacándose la capilla del antiguo Hospital de Manizales y la construcción emblemática del Instituto Universitario,
En el trayecto dos sitios merecían un alto especial en el camino: el Convento de las Adoratrices, hoy en la recta previa al edificio el Triángulo, que ofrecían dulces hechos por las religiosas en donde los barquillos, suspiros, turrones y galletas eran inigualables, y la reconocida casa grande al frente del Batallón en donde leche, kumis y cucas eran lo de rigor.
Chipre con sus helados, obleas y dulces como los reconocidos algodones, crispetas, bombones caramelizados, solteritas, gauchos, gelatinas o colaciones eran atractivas por colores y sabores.
Para quienes andaban por la 23, en una de las esquinas del Parque Caldas se encontraban los alemanes con sus apetitosas tortas y pasteles, o los inicios de las tradicionales e inolvidables albóndigas.
Luego a la casa deshaciendo los pasos o en los buses lentos que a veces manejaba el reconocido Macario.
Nota: Finalmente: ¿Cada cuánto tiempo será la revacunación?
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