¿Vivimos en una dictadura en Colombia? Cualquiera podría pensar que en un país con la mayor tradición democrática de Latinoamérica sería un imposible pero, en la práctica, sí estamos viviendo bajo una dictadura. Y no propiamente instaurada desde el Gobierno Nacional o desde las Fuerzas Militares, sino desde las fuerzas de izquierda que han ido ganando terreno hasta convertirse en el verdadero dominio.
Han logrado penetrar las Atas Cortes y, desde allí, arrogándose un poder legislativo que pocos se atreven a cuestionar, cambian jurisprudencias, leyes y todo el ordenamiento jurídico cuando se les antoja y en beneficio de quienes se les provoca. Todo lo acomodan para su provecho y se hacen acreedores a condonación de sanciones, condenas, multas o decisiones que los perjudique. Para ellos todo es permitido, lícito, procedente y bien visto y, dependiendo de su prontuario, los delitos pasan a ser simples manifestaciones democráticas que hay que respetar para no violar sus derechos.
El Congreso se mueve también al vaivén de sus antojos. Dilatan proyectos mediante supuestas sesiones de control político que se traducen en persecuciones inclementes, infundadas y calumniosas en las que logran enlodar a sus enemigos políticos (que no son más que quienes acompañen al poder presidencial) y desgastar la agenda legislativa en perjuicio del propio Estado. Son los mayores censores de las actuaciones del Gobierno y se atreven a sentar cátedra de decencia olvidando que muchos de ellos tienen antecedentes delictivos, terroristas y criminales. Posan de decentes dejando una estela pestilente de odio, rencor y mentiras que terminan calando en un pueblo ignorante que se ha dejado llenar su cabeza de rencor contra todo. Exacerban los ánimos de una turba atizada con discursos incendiarios que muchas veces no sabe cuál es su lucha, y destruye todo a su paso sabiéndose intocable e impune.
Y el ejecutivo está convertido en un rehén de este gran poder. A él sí se le exige el cumplimiento de los procedimientos legales que violan los criminales, y él sí tiene el castigo pronto por cualquier desliz cometido. Se convirtió en un poder impotente ante la violencia descarada de las fuerzas oscuras, y en un proveedor de discursos amenazantes que no trascienden más allá de las buenas intenciones.
Y la prensa, ese gran poder que penetra todas las esferas, cayó en su gran mayoría en esas redes multimillonarias que, producto de sus actividades criminales, están dispuestas a llenar los bolsillos de quienes están llamados a ejercer su veeduría para el bien de la sociedad. Aquí la censura opera al contrario de cualquier régimen: es ejercida por las fuerzas opositoras, mafiosas, terroristas o criminales, que manipulan la información, la sesgan, la acomodan y ponen sus espacios al servicio de esos poderosos para que multipliquen su doctrina que poco a poco va calando en ese pueblo indefenso.
¿No es esto una dictadura? ¿No estamos bajo una nube inmensa que domina los poderes públicos y hacen y deshacen sin riesgo alguno de sanción, condena o juicio?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que esto nos suceda? Tal vez no nos damos cuenta del riesgo en que nos encontramos y de la penetración que esas fuerzas van teniendo en los diferentes escenarios del Estado. Las escuelas, colegios y universidades (públicas y privadas) han sido penetradas por docentes adoctrinantes que utilizan su poder de cátedra, de intimidación o convicción para transmitir constantes mensajes que terminan por invadir la mente de sus estudiantes. Y vaya a quejarse o a sentar una voz de protesta, para ver cómo se levantan en un solo cuerpo exigiendo su libertad de cátedra y el respeto a sus derechos constitucionales. ¡Qué tal!
Estamos a tres meses de empezar a cambiar este panorama oscuro. Tenemos que ser conscientes de que nuestro poder es inmenso si lo sabemos canalizar eligiendo a la gente adecuada en los diferentes cargos y corporaciones de elección popular. No podemos dejarnos manipular más por estos generadores de odio que utilizan el fervor o el impulso de la sociedad para lograr sus objetivos. El cambio hay que hacerlo desde las JAL, los concejos, asambleas, alcaldes y gobernadores. El 27 de octubre puede ser el inicio del verdadero cambio. ¡Solo depende de nosotros!
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