Y por fin pasaron las elecciones. Fuimos muchos los quemados, pocos los elegidos y tanto la felicidad como la tristeza embargan los corazones de millones de ciudadanos. En mi caso particular perdí en casi todo. Mi aspiración a la Asamblea no tuvo el resultado esperado; mis candidatos a Gobernación y Alcaldía salieron derrotados por amplísimo margen; y el partido que me avaló siente hoy una amargura que tiene que ser objeto de análisis, replanteamientos, asunción de responsabilidades y contrición si quiere seguir vivo en la nueva sociedad. Perdimos: ¡Sí! Lo reconozco con la frente en alto porque hicimos una campaña decente, con altura, limpia, directa, honesta y supimos alejarnos de las prácticas usuales de los partidos en contienda. Es decir: aunque perdimos, mi grupo de trabajo se siente ganador y consideramos este episodio como un punto de partida para cosas realmente grandes, que poco a poco iremos dando a conocer.
Pero el hecho de que mis candidatos hayan perdido no significa que Caldas y Manizales también lo hayan hecho. Por el contrario, la votación obtenida por Luis Carlos Velásquez y Carlos Mario Marín, les otorga una legitimidad indiscutible que necesariamente se tiene que convertir en el primer elemento de poder para seguir en crecimiento. Y, pasada la página electoral, los ciudadanos debemos rodear las administraciones para convertirnos en una fuerza común que desencadene en progreso, desarrollo, pujanza y realidades de grandes obras; para que todos los proyectos que tenemos en la mira se conviertan en una realidad; y para que acabemos con las peleas intestinas que tanto daño nos han causado.
En el caso de la Gobernación, siento tranquilidad con el gobierno de Luis Carlos Velásquez. Es un hombre serio, aplomado, decente, académicamente preparado y su juventud nos garantiza que la Gobernación es un escalón más en su vida y, por tal razón, tendrá que acertar en sus decisiones para ir allanando su futuro político y profesional. Creo sinceramente en sus buenas intenciones, en sus capacidades y en que se sabrá rodear de un gabinete brillante en beneficio de un departamento que requiere grandes inversiones y manejos adecuados para seguir creciendo.
En la Alcaldía, para nadie es un secreto mi posición con respecto a Carlos Mario Marín. Desde esta tribuna hemos reclamado con insistencia la necesidad de un relevo generacional y por tanto su juventud no puede ser motivo de descalificación. Por el contrario, su preparación académica a tan corta edad, demuestra un espíritu de superación importante que, puesto al servicio de la ciudad, puede desencadenar en grandes obras. Lo que sí no podemos desconocer es el contraste entre su preparación personal, con su inmadurez comportamental. La alharaca, los berrinches, la espectacularidad en sus figuraciones públicas, las violaciones a las normas y el irrespeto hacia las personas, instituciones y la seguridad jurídica se tienen que acabar.
Quedó demostrado que estas actitudes se tradujeron en réditos electorales. Las evidencias nos muestran que la irreverencia conmueve a la juventud y que fue motor para que miles de jóvenes salieran a votar por quien la representaba. Pero una cosa es la estrategia de campaña (que funcionó a la perfección), y otra muy distinta el ejercicio del máximo poder ejecutivo de la ciudad. Porque ya en la Alcaldía, cualquier espectáculo protagonizado por el alcalde repercute directamente en el futuro del municipio; cualquier actitud inmadura puede derrumbar lo construido durante años; cualquier violación normativa puede llevar a que Manizales tenga que enfrentar nuevos comicios electorales por fuera del tiempo, y que el propio alcalde termine no solo destituido sino procesado y condenado.
Tengo que reconocer un gesto gallardo, noble y de contrición de Carlos Mario Marín: esta semana nos abordó a mi equipo de trabajo, para decirnos que esperaba gobernar con todos los manizaleños; que aspiraba a que la humildad lo arropara en todos sus actos y que estaba dispuesto a cambiar esos comportamientos pueriles que públicamente le he criticado. Reconozco el gesto, creo en sus palabras, sus actuaciones conciliadoras después del triunfo nos llenan de esperanzas y, de seguir en esta línea, en esta tribuna encontrará un espacio de apoyo incondicional. Porque el éxito del alcalde significa el triunfo de Manizales. ¡Y nadie puede desear lo contrario!
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