El ser humano cada día va adquiriendo más consciencia sobre la importancia del medio ambiente, y los esfuerzos sociales en el mundo están hoy orientados a su protección, preservación y cuidado. La sociedad está reaccionando positivamente y está adoptando medidas para evitar el deterioro de la calidad del aire, promover la reforestación de las cuencas hidrográficas, procurar el adecuado manejo de desechos industriales y, desde los propios hogares, tratar de reducir el uso y consumo de materiales no degradables.
Todos son esfuerzos valiosos que se traducen en calidad de vida y en asegurar el futuro de la humanidad que, nunca como ahora, se había visto tan amenazada. Estamos inmersos en una guerra tóxica; en una guerra donde todos somos actores, y donde todos nos hemos convertido en enemigos de todos; donde las acciones inconscientes mínimas se convierten en atentados contra los demás y, por supuesto, las acciones conscientes individuales pueden ser la tabla de salvación.
De ahí la importancia que han adquirido las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR), encargadas de administrar el medio ambiente y los recursos naturales renovables, y máximas autoridades ambientales en las regiones. En el caso nuestro, Corpocaldas se ha convertido en una de las entidades más representativas de la región, y en soporte ambiental que garantiza el cumplimiento legal de las actividades industriales, comerciales, de servicios y de construcción.
Y, a la par con su importancia, se ha convertido en el foco de ambición de los sectores políticos que ven en Corpocaldas un fortín burocrático, contractual, económico y de enriquecimiento individual. Y eso la pone en una situación de máxima alerta. Porque han sido muchos los que en el tiempo han pretendido hacerse a su dirección para utilizarla como su banco personal y, en no pocas ocasiones, lo han logrado. De ahí que, tradicionalmente, cada elección de director tiende a convertirse en una batalla de poderes y en una lucha desmedida de fuerzas, que mucho daño le causa a la Corporación. Y aunque para esta elección de director (que debe ser la próxima semana), los ánimos parecen aplacados y se le está dando el mejor manejo al proceso, es importante recalcar la importancia que reviste el cargo, y la responsabilidad de quienes tienen el poder para designarlo.
Desde esta tribuna hemos sido crudamente críticos con quienes dilapidan el presupuesto público; con quienes se muestran aptos para el manejo de entidades que son de todos, pero terminan acabándolas; con quienes se sienten con el derecho a ocupar los más altos cargos, por el solo hecho de pertenecer a unas roscas ineptas y corruptas. En fin, con quienes generan la desazón del ciudadano y el rechazo de la sociedad. Pero también hemos reconocido las virtudes de funcionarios que hacen las cosas bien; que se desempeñan con lujo de detalles; que cumplen con su deber sin aspavientos, pero con magníficos resultados. Porque tanto merece el rechazo quien obra mal, como el reconocimiento quien obra bien.
Y este último es el caso de Juan David Arango Gartner, actual director de Corpocaldas. Su comportamiento es intachable y los resultados en efectividad, eficiencia, rendimiento, transparencia y utilidad social, son la demostración de que lo público puede funcionar bien si lo rigen funcionarios capacitados, honestos, dedicados y transparentes. Ha tenido a su cargo entidades como Aguas de Manizales y Corpocaldas, cuyos presupuestos son apetecidos por quienes suelen enriquecerse con los dineros de todos, y ha sabido mantenerlos a raya acogiéndose a los parámetros de ley que garantizan oportunidades plurales y transparencia en el manejo de los recursos. Y es esto precisamente lo que quiere la sociedad. Es esto lo que esperamos de los funcionarios públicos. Es esto lo que debe primar a la hora de elegir a quienes ocupan cargos de tanta responsabilidad.
Creo que no hay mucho que discutir sobre la decisión que tomará el Consejo Directivo de Corpocaldas la próxima semana. Porque, de quedar Juan David Arango dentro de los cinco opcionados, su reelección es, más que un reconocimiento a su labor, un acto de responsabilidad de quienes tienen el poder para hacerlo.
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