La suerte de este río de la patria, pese a haber sido fundamental como ruta de acceso para la ocupación del territorio y medio para la consolidación de la nación durante el siglo XIX, está comprometida: en su cuenca, la pérdida acumulada de cobertura boscosa favoreciendo la erosión, y de complejos de humedales por sedimentación y expansión de hatos y cultivos, como causas que explican el desbordamiento del río reclamando el espacio perdido, además de los vertimientos de aguas no tratadas desde centros urbanos, y por 1.200 minas de aluvión que usan mercurio, y de las actividades agroindustriales con su huella hídrica verde, explican por qué el río, hoy víctima del olvido, se encuentra degradado y contaminado.
La pérdida de la regulación hídrica en la cuenca sumada al impacto del cambio climático y a la sedimentación como causas que explican el desbordamiento del Magdalena, reclamando el espacio perdido, son fenómenos que, por su impacto sin medida sobre las poblaciones ribereñas y pérdida de ecosistemas ícticos en su cuenca y el Caribe, obligan a preguntarnos: ¿qué proyectos de magnitud existen en Colombia, que velen por la protección del medio ambiente y la preservación de sus ecosistemas más estratégicos?
La fauna y flora, al igual que poblados que ayer eran puertos y las propias comunidades de pescadores de la cuenca Magdalena–Cauca que han debido abandonar sus oficios, son las víctimas de los pasivos ambientales de las consecuencias de la acción depredadora, de un modelo de desarrollo en Colombia que, desde mediados del siglo XX viene afectando el ambiente en lo biomas de regiones diversas y distantes de este río, que pese a estar beneficiado por un clima bimodal, padece problemas de regulación hídrica y climática, de calidad del agua y de pervivencia de los ecosistemas.
Por lo anterior, el cambio climático y el uso conflictivo del suelo, además de plantear amenazas para la biodiversidad, a escalas generales y de detalle en un escenario complejo con ecosistemas fragmentados, exige priorizar una evaluación temprana de los escenarios en riesgo, con sus dinámicas espacio-temporales y de los factores específicos que inciden en la amenaza para los ecosistemas, como para los pobladores ribereños expuestos a sequías e inundaciones. Como evidencia en 2010, cuando los niveles del río en Calamar, pasaron de 3 a 9 metros y el caudal por el Canal del Dique se triplica, hubo una inundación de 35 mil hectáreas que dejó 120 mil damnificados.
Ahora que estamos advirtiendo una gestión relevante del Ministerio Público en casos ambientales emblemáticos como el Río Grande de La Magdalena, la Procuraduría debería requerirle a Cormagdalena la implementación del Plan de Ordenamiento y Manejo Integral de la Cuenca del Río Grande de la Magdalena -POMIM- iniciado hace 20 años, donde se contemplaba un elemento de ordenamiento hidrológico y otro de coordinación con las CAR y MASD, como instituciones encargadas de la gestión medioambiental, para enfrentar la deforestación como causa de la sedimentación que agobia al río Magdalena.
Si la deforestación que no para, se traduce en la erosión que explica una carga de sedimentos de 150 millones de toneladas al año en el Magdalena, asociada a una tasa anual de 690 toneladas por kilómetro cuadrado, cuantía 4 veces superior a la tasa del Amazonas o del Orinoco según, lo que se expresa en grandes impactos socioambientales y económicos, no sólo para las comunidades y ecosistemas ribereños sino también por los daños causados en el sistema de ciénagas de la Depresión Momposina, y por la muerte de corales en los arrecifes de Islas del Rosario, consecuencia de 9 millones de toneladas de sedimentos que ingresan por el Canal del Dique.
La característica contrastante a lo largo de los tramos distales del Magdalena, son sus cuerpos de agua casi permanentes en llanuras aluviales, donde la sedimentación puede darse en la forma léntica difusa en aguas estancadas, en deltas de llanuras aluviales y canales desarrollados por extensión de diques subacuáticos, desafortunadamente con los derrames en el río tras las intervenciones restringiendo su cauce, pueden crear nuevos estilos de sedimentación, con consecuencias ecológicas funestas, tal cual se advierte en los cambios morfológicos de la bahía de Cartagena y en los daños en la Ciénaga Grande de Santamarta.
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