Al considerar la actual crisis política y social de Colombia, país que con decenas de muertes y centenares de heridos tras las protestas legítimas y movilizaciones contra una reforma tributaria que solo fue el detonante, y en las que vandalizar bienes o servicios públicos esenciales-vitales y ejercer violencia afectando derechos humanos deslegitima a los actores, a pesar de que el gobierno acepta negociar y reducir el recaudo llegando a acuerdos, preguntémonos sobre los problemas estructurales para reflexionar sobre las causas reales que la explican y presentar ideas que aunque parezcan utópicas, si fortalecemos la institucionalidad social y la autonomía del Estado, le vendrían bien al país.
En lo político, esta Colombia donde el gobierno es la expresión de un congreso bicameral de 280 parlamentarios que en el tiempo se perpetúa comprando votos financiados por terceros a cambio de sus intereses, el poder del binomio política-economía que allí reside, podría cambiar si además de reducirlo se implementa el voto obligatorio. Esto permitiría combatir una corrupción que nos cuesta la mitad del déficit fiscal proyectado de $90 billones, al facilitar un modelo que en lugar de cooptar el poder y propiciar un crecimiento sin desarrollo, opte por una gobernanza para prevenir la violencia y la represión como expresiones de reiteradas crisis, emprendiendo procesos sociales y políticos para reconstruir esta sociedad fragmentada y afectada por altos niveles de deterioro, atendiendo necesidades fundamentales de mingas, obreros, campesinos, mujeres, jóvenes y comunidades de base.
En la dimensión económica, Colombia, que en 200 años se ha negado a implementar una reforma agraria estructural, por lo que el Gini de la concentración de la Tierra del 0,89 supera de lejos el del ingreso de 0,53 que nos ubica en el séptimo lugar del mundo, requiere con urgencia resolver la profunda inequidad, y reformar el ámbito laboral, fiscal y financiero para adaptarlo a las circunstancias específicas de nuestra sociedad, buscando crear opciones de participación para que los actores económicos se diversifiquen y las oportunidades de acceder a sus beneficios se democraticen. También, se requiere redireccionar el gasto público descentralizando el presupuesto nacional con objetivos e instrumentos que garanticen, además del control y evaluación del proceso, la provisión de los servicios locales, la equidad territorial y el fortalecimiento de la democracia, recurriendo a mayor esfuerzo fiscal, mejoramiento de la gestión y eficiencia administrativa.
En lo ambiental, ¿cómo hacer viable un país resiliente con los pasivos ambientales heredados de nuestra cultura depredadora?: en 200 años, además de deforestar el 92% de sus 9 millones de hectáreas de bosques secos y el 75% de similar extensión de bosques nublados, más el 96% de 12 millones de hectáreas de guaduales, continuamos arrasando ecosistemas completos para darle vía libre a la degradación de los suelos por erosión, tal cual lo advertimos en la región andina con la contaminación del Magdalena agobiado por una tasa de sedimentación cuatro veces superior a la del Amazonas, cuyas consecuencias pasan por la reducción de la pesca al 10% en treinta años y el blanqueamiento del 80% de los corales entre Cartagena y Santa Marta. Súmese la contaminación hídrica, ya que sólo tratamos el 11% de las aguas residuales y vertemos 9 mil toneladas de materia orgánica anuales a los cuerpos de agua, provenientes del sector residencial.
Y en esta Colombia sin justicia social gracias a un modelo político-económico que, a costa de la miseria humana, además de ampliar brechas entre regiones le apuesta a un sistema que desnaturaliza la salud convirtiéndola en negocio, donde las EPS desangran al Fosyga y las IPS, ¿por qué no corregir la asimetría entre los regímenes contributivo y subsidiado implementando un sistema de salud que restablezca dicho derecho fundamental con equidad? Finalmente, como alternativa fundamental para esta Colombia, donde la informalidad del 60% se expresa en pobreza e indigencia, quedará la educación si es que en lugar de apostarle a la sociedad industrial de ayer, optamos por un nuevo modelo pensado para la sociedad del conocimiento, apalancado con mayores niveles de conectividad digital y de escolaridad rural y urbana, que le apueste no sólo a priorizar física, matemáticas y lenguaje, sino también a humanidades, arte, cultura y formación del cuerpo, para forjar el talento humano.
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