Aunque los destinatarios de las festividades son las personas del “pueblo” detrás de la organización de las mismas, hay todo un interés público y sobre todo político. Si bien la alocución latina “panem et circenses” (pan y circo) ha tenido efectivamente un tratamiento peyorativo, sus orígenes romanos dan cuenta del interés de la clase política por acercarse a los ciudadanos mediante el entretenimiento y la comida barata. Los indígenas por su parte, han visto en las festividades un propósito espiritual para celebrar la cosecha, el agua y los demás dones de la “Pachamama”.
Si bien la Constitución Política de Colombia, no establece ninguna función expresa a cargo de los alcaldes relacionadas con el entretenimiento, el artículo 3º de la Ley 136 de 1994, permite su desarrollo dentro del marco de fomento a la cultura (numeral 5) incluso bajo la modalidad de gasto público social y como fomento al turismo (numeral 12). El gran debate que se plantea desde la academia, es que cuando todo es cultura nada es cultura, en otras palabras, ¿se está fomentando la diversión per se, o fortaleciendo la cultura? La feria de Manizales tiene el reto de dar respuesta a estas preguntas.
La mirada histórica y normativa de la feria se encuentra soportada en los Decretos 275 del 1º de diciembre de 1952 y el 311 del 14 de julio de 1954, que le dieron origen. De los relatos sobre los 60 años de la feria a cargo del historiador Albeiro Valencia Llano y que se encuentran contenidos en los mencionados decretos, merecen destacarse: el ideario que rodeó la conmemoración del centenario de Manizales; el propósito de “estimular la sana alegría” del pueblo manizaleño; el enfoque taurino de la misma y el fomento al turismo.
Como hechos curiosos se tienen, entre otros, que la feria se celebraba la última semana de enero, por ser la época más seca; la primera feria costó $100 mil pesos y dio otros $100 mil de ganancia; se inauguraron el famoso refugio en el nevado, su carretera y el cable para llevar los esquiadores a la cima y del picador español José Márquez, cuentan, tuvo que huir de la multitud y de la plaza al desobedecer los reglamentos taurinos. El maestro Guillermo Ceballos dio origen al Festival Folclórico Nacional, que por falta de apoyo, y como relata Albeiro Valencia, Ibagué terminó convirtiéndolo en su “evento bandera”. Este es un ejemplo de como la diversión sacrificaba la cultura.
La institucionalización de la feria no significaba que desde mucho antes no existieran certámenes para el festejo de los ciudadanos; en efecto, como lo relata el profesor Wilson Escobar (“Crónica de una Sabia Locura”), hacia 1860 surgieron las fiestas en homenaje a la Virgen del Carmen, conocidas como las “fiestas reales” que duraban 9 días y noches que incluían diariamente misa y Rosario y que tomaron posteriormente el nombre de los “Carnavales Manizaleños”. Estas fiestas eran muy culturales, pues mientras los pobres se pintaban la cara con carbón y manteca los ricos usaban antifaces “made in Europa”. En lo que sí coincidían era en la toma de trago, pues la borrachera no distingue clase social.
El remate de los carnavales era ante todo un acto teatral, conocido como “Asalto al Correo” consistente en una dramatización nocturna amenizada con fuegos pirotécnicos. La “feria” debió conservar el nombre de “carnaval”, denominación más cultural, teniendo en cuenta además, que se celebra antes de la cuaresma como en Barranquilla, Nariño y Riosucio. Seguramente ésta fue la primera feria de América, pero no la primera de Manizales. ¡Ay Manizales del alma! Y ¡Olé!
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