Pese a la enorme polarización y tensión que vivimos en el recién pasado proceso electoral, es preciso recordar que se realizaron en un contexto sin igual en la historia reciente del país. Aunque ciertas violencias persisten, en particular el asesinato de líderes sociales, estas son las primeras elecciones de una nueva era política del país.
Se han desarrollado en un contexto pacífico, salvo algunos eventos aislados, permitiendo una participación nunca antes vista. Se le ha dado por primera vez en mucho tiempo la posibilidad de presentarse a sectores antes marginados del juego político. En un país donde el abstencionismo y la indiferencia política, en parte justificada por la desilusión que nos ha causado la clase política, nunca antes el pueblo había acudido en tales cantidades a las urnas, fueron más de 6 millones, o 12% más de participación que en las pasadas elecciones. Nunca antes la política del país había sido sujeto de tanta discusión, en parte gracias a los medios de comunicación de los cuales disponemos hoy. Facebook y Twitter son verdaderas ágoras donde todo el mundo ha dado su opinión y ha podido enfrentarse a la de los demás.
Sin embargo, muchos pronostican ya el pronto agotamiento de esta efervescencia popular por la política del país. La desilusión de muchos que no se identificaban con ninguna de las dos opciones, en los extremos del espectro político que teníamos para la presidencia, sigue latente, aunque el ganador de las elecciones, Iván Duque, ya está establecido. Eso en democracia hay que aceptarlo.
Debemos evitar caer nuevamente en esa inercia y desinterés que siempre nos ha caracterizado. Por el contrario, es hora de que aprovechemos el nuevo contexto de paz para expresar plenamente nuestra ciudadanía, no solo en épocas electorales sino en la vida cotidiana. No podemos perder el interés en lo que deciden en las altas instancias del poder y que nos afectan a todos los colombianos. Teniendo como una certeza que Iván Duque será un caudillo populista, necesitamos un particular escrutinio de sus acciones en el gobierno. Ya podemos ver la cantidad de desinformación que ha circulado por la prensa y las redes sociales, es pues necesario analizar la información que consumimos para evitar repetir los errores del referendo del 2016. Si queremos realmente reducir el problema de corrupción del país, el cambio no vendrá del elegido y los partidos que lo acompañaron. El cambio tiene que venir de nosotros, debemos abstenernos de participar en esa corrupción, hasta en sus formas más mínimas, debemos por el contrario denunciarlas públicamente cuando las presenciamos. Nuestro deber cívico también es aquel de control y vigilancia de los actos de los que fueron elegidos, no solo en los primeros meses de su mandato, sino en todo su periodo presidencial. Hay que estar atentos a su respeto de las instituciones y de las leyes, al igual que de las decisiones que tomen con respecto a nuestro futuro próximo, ya casi presente. Las manifestaciones pacíficas de inconformidad son nuestra mayor defensa frente a cualquier ataque a la democracia. Ya hemos vivido las calamidades causadas por las respuestas violentas, es hora de responder con firmeza pero con paz.
Pero también es nuestro deber ciudadano luchar por la libertad de expresión, sobre todo de oposición, de todos los grupos políticos, especialmente de aquellos con los cuales no estamos de acuerdo. Ahora más que nunca hay que aplicar el precepto de la ilustración: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo". Esperemos que las instituciones por su lado sepan defender ese derecho imparcialmente.
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