Pese a la enorme polarización y tensión de este periodo electoral, es preciso recordar que se han realizado en un contexto sin igual en la historia reciente del país. Aunque ciertas violencias persisten, en particular el asesinato de líderes sociales, estas son las primeras elecciones de una nueva era política del país. Se han desarrollado en un contexto pacífico, salvo algunos eventos aislados, permitiendo una participación nunca antes vista. Se le ha dado por primera vez en mucho tiempo la posibilidad de presentarse a sectores antes marginados del juego político civil. En un país en el que el abstencionismo y la indiferencia ciudadana, en parte justificada por la desilusión que nos ha causado la clase política, o por la falta de educación mínima, nunca antes el pueblo había acudido en tales cantidades a las urnas, fueron 6 millones o 12% más de participación que en las pasadas elecciones. Nunca antes, es necesario decirlo, la política había sido sujeto de tanta discusión, en parte gracias a los medios de comunicación de los cuales disponemos hoy. Facebook y Twitter son verdaderas ágoras donde todo el mundo ha dado su opinión y ha podido enfrentarla a la de los demás.
Sin embargo, muchos pronostican el pronto agotamiento de esta efervescencia popular por la política del país. La desilusión de muchos que no se identifican con ninguna de las dos opciones de los extremos del espectro político que tenemos para la próxima presidencia, al igual que la cercanía del Mundial que tanto nos mueve (tendremos tres partidos el 17 de junio, día de la segunda vuelta de las elecciones, entre los cuales participarán Brasil y Alemania) deja prever una menor participación en la nueva contienda. Como si dejar que nos metan un gol político, fuera más importante que verlos hacer en el mundial de Rusia.
Debemos evitar caer nuevamente en esa inercia y desinterés que siempre nos ha caracterizado. Por el contrario, es hora de que aprovechemos el nuevo contexto de paz para expresar plenamente nuestra ciudadanía, no solo en épocas electorales, sino en la vida cotidiana. No podemos perder el interés en lo que deciden en las altas instancias del poder y que nos afecta a todos los colombianos. Teniendo como una certeza que el próximo presidente de Colombia será un caudillo populista, necesitamos un particular escrutinio de sus acciones en el gobierno. Ya podemos ver la cantidad de desinformación que ha circulado por la prensa y las redes sociales; es pues necesario analizar la información que consumimos, para evitar repetir los errores del referendo del 2016. Si queremos realmente reducir el problema de corrupción del país, el cambio tiene que venir de nosotros, debemos abstenernos de participar en ella, hasta en sus formas más mínimas, y por el contrario denunciarlas públicamente cuando las presenciamos. Nuestro deber cívico también es aquel de control y vigilancia de los actos de nuestros elegidos, eso no solo en los primeros meses de los mandatos sino en todo su período. Tenemos que estar atentos para que se cumplan el respeto de las instituciones y de la ley, al igual que el de las decisiones que toman. Las manifestaciones pacíficas de inconformidad son nuestra mayor defensa frente a cualquier ataque a la democracia. Ya hemos vivido las calamidades causadas por las respuestas violentas, es hora de responder con firmeza pero con determinación, y en paz.
Pero también es nuestro deber ciudadano luchar por la libertad de expresión y sobre todo de oposición, de todos los grupos políticos, especialmente de aquellos con los cuales no estamos de acuerdo. Ahora más que nunca, hay que aplicar el precepto de la ilustración, "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo". Esperemos que las instituciones no se presten para la trampa y sepan defender ese derecho imparcialmente.
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