La escalada del coronavirus parece imparable. La pandemia se extendió en pocos días. Lo que hicieron para dejar localizado el foco de contagio fue contraproducente y totalmente absurdo. Solo lo han superado en China, en donde tomaron medidas de choque, lo hicieron con lógica, siguiendo protocolos establecidos para situaciones como la que se presentó.
Pero tenía que intervenir la necedad del ser humano, para que el virus se fuera por todos lados, contagiara miles de persona y produjera desolación y muerte en todos los rincones de la tierra. ¿Qué habría pasado si nadie sale de Wuhan cuando comenzó el brote? Sin asegurarlo con certeza, probablemente con el aislamiento al que fue sometida esa ciudad, hoy libre del virus, la infección se habría confinado a ese rincón del mundo, no se habría ido a otros países, ni contagiado a miles de personas en el mundo entero. Italia y España son la mejor demostración de lo que no se debió hacer, hoy sufren las consecuencias de una enfermedad sin control, con miles de muertos y contagiados.
El gobierno envió un avión para repatriar 14 colombianos, gastándose 5 millones de dólares en nada, como botados a la basura, pero ampliamente publicitados por sus medios afines, que creen que haciéndole pleitesía a la estupidez, acompañando con insensatez la falta de criterios claros estaríamos protegidos. Latinoamérica es un terreno abonado para la propagación del virus. La capacidad que tenemos de respuesta, los presupuestos en salud que no son prioridad; la muy mentada, aunque no comprobada inteligencia emocional y colectiva de nuestro continente, nuestro desprecio por el cumplimiento de normas y órdenes, hacen de este continente terreno fértil para la expansión de la enfermedad, con sus devastadoras consecuencias.
Hay pánico por todos los rincones. Ya no hay un país que no tenga casos reportados. Las cifras son alarmantes, tanto como la incapacidad no revelada de enfrentar la situación con medidas efectivas que detengan la propagación y el caos. Apenas estamos en el comienzo de una situación desoladora para la humanidad, que fuera de estar en riesgo se enfrentará a lo que de esa pandemia se derive. Ya vendrá el efecto sobre la economía de los países, y la de las personas que verán comprometidos seriamente sus medios de subsistencia y de trabajo.
Eso a los grandes empresarios, a los vividores y multimillonarios no les importa. Esos que no producen algo distinto a la negociación de dineros ajenos, que se enriquecen porque se quedan con buena parte de la plata de otros, en el negocio de humo que tienen en las “mesas de dinero” y en los negocios de captación de capitales ajenos, para manejárselos a los ciudadanos a costa de quitarles buena parte de los que es de ellos, no tienen el menor remordimiento; ellos solo están preocupados por sus vidas insaciables, aumentando sus capitales, sin que les importe un pito lo que le pase a los otros.
Pero no podemos sentarnos a llorar sobre la leche derramada. Tenemos la obligación de ser prudentes, actuar con cautela, guardando todas las medidas de precaución, para evitar los contagios, disminuir las muertes y tener la posibilidad de continuar con una vida, que dentro de sus grandes imperfecciones, de sus indecentes e inaceptables desigualdades, sea “normal”.
No actuar con responsabilidad y con solidaridad en estos momentos es un verdadero crimen que merece repudio y debe tener castigo. No podemos seguir improvisando frente a una situación que desbordó la capacidad humana de contenerla y nos pone frente a un desastre de proporciones aún incalculables, que se habría evitado si desde el principio se hubieran tomado determinaciones que procuraran el bien común, sin retardar, como se hizo, la toma de decisiones.
Hablamos del Homo Sapiens como una evolución mayor del género humano, en el proceso de transformación. Olvidamos que vivimos en una época de culto a la peor de las manifestaciones del ser humano, único bípedo sin plumas, animal que se paró para volverse rastrero, el “Homo Estupidus”.
Tenemos que escarbar en nuestras conciencias, para encontrar lo que nos quede de sentido común, de preocupación por los demás. No hacerlo, comportarnos con actitudes de acaparadores y sin solidaridad con nuestros hermanos demostraría que somos el más despreciable de los animales que el mundo haya podido conocer. Es ahora o es nunca. Límpiese las manos, no tosa frente a otros, cuide su vida y la de los demás. El tiempo terminará agradeciendo su solidaridad y su buen juicio.
De esta situación solo salimos si somos unidos, o nos jodemos todos.
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