Todo parece indicar que las posibilidades reales de un cambio en Colombia son remotas, casi imposibles de pensar. Pero la realidad es otra. Estamos atravesando un momento histórico, en el cual podemos cambiar el rumbo y corregir el incontable cúmulo de historias que nos han convertido en un país lleno de indignidad, desigualdad y de vergüenza. No necesitamos acabar con los ricos, ni con la riqueza. Necesitamos acabar con la pobreza que padecen millones de colombianos, que viven sometidos al olvido, el hambre, la falta de vivienda, educación, salud, trabajo y oportunidades.
Para que eso no sea una utopía irrealizable, tenemos que pensar en la posibilidad de cambiar de raíz lo que se convirtió en el andamiaje político y social de una nación, que marginaliza bastas camadas de la población, para dedicarse a acumular riquezas en las manos de muy pocos, a costa de la pobreza de millones que las tienen vacías.
No podemos continuar siendo gobernados por personas que no tienen escrúpulos, ni pudor, ni honestidad, ni valores. Tampoco podemos seguir sometidos al imperio de las casas políticas, que en mala hora han proliferado, reuniendo lo peor que tenemos en nuestra sociedad, llena de gente deshonesta y tramposa; de vividores y ladrones; de engatusadores y delincuentes.
Los clanes politiqueros que se han conformado en cada departamento, esos que vienen robándose las arcas del Estado y de mano sometiendo a sus conciudadanos a condiciones indignas de vida, pero que los reeligen con la promesa incumplida de un mañana mejor que nunca llega, comprándoles el voto y aprovechándose de su ignorancia y su pobreza. Esa policlase corrupta y sin ética; sin escrúpulos y sin valores; sin límites y sin conciencia, la tenemos que mandar a los confines de la nada, a los “sótanos del infierno” popularizados por la mala actriz y peor comediante, Alejandra Azcarate, desde donde no puedan usufructuar más el poder, para pararse orondos sobre la dignidad de los colombianos.
Tenemos que acabar de una vez por todas con el poder secuestrado por clanes en los distintos departamentos. En la Guajira con Hernando Deluque y su hijo Alfredo Deluque, Juan Carlos Suaza, Jorge Eduardo Pérez Bernier y su hijo Alfredo Pérez, Blas Quintero y Nemesio Roys, el condenado y prófugo Wilmer González; María Cristina “tina” Soto, con la herencia delincuencial de “Kiko” Gómez.
En el Atlántico con Aida Merlano, que destapó la corrupción que la política lleva enquistada por décadas con Fuad Char Abdala, y sus hijos, Alejandro y Arturo. José Name Terán y su hijo José David. Roberto Gerlein y su hermano Julio, involucrados en el caso de Aída Merlano. Álvaro Ashton y su hijo David; sin olvidar a Efraín Cepeda.
En Magdalena con Trino luna, Luis Miguel ‘el Mello’ Cotes, Rosa Cotes, Fabián Castillo, Miguel Pinedo, Sergio, la familia de Eduardo Díaz-Granados, José Ignacio, Juan Pablo, Carlos Francisco Díaz-Granados, Sergio, Tomás y José Ignacio ‘Nachito’. Luis Miguel Cotes y Álvaro y Luis Cotes Vives, grupo de ‘Los Conejos’, Luis Eduardo ‘Lucho’ Vives, Fuad Rapag, Alfonso Campo y Jorge Caballero, Manuel Julián Dávila. Gilberto Acuña Reyes, Rodrigo Roncallo, esposo de la representante Kelyn González y Alfonso ‘Poncho’ Campo, Carlos Nery López, Dahud Rapag, hijo del exsenador Fuad Rapag, Jota Vives y Luis Eduardo Vives Lacouture.
“Sin dinero no hay votos”, dice el axioma en el Cesar. Las familias vallenatas como los Burgos, los Araujo, los Castro, los Gnecco, los Cuello, los Monsalvo Gnecco y Miguel Villazon Quintero, entre otros.
Esta información se encuentra en el portal de La Silla Vacía. Por ahora es una superficial mención de la corrupción enquistada en la Costa Atlántica. Seguiremos poniendo en evidencia los nombres de los corruptos en todas las regiones de Colombia, para que la gente, si quiere y lee, sepa quiénes son los que les han robado las ilusiones, el pasado, presente y futuro. Que sepan también quienes son los que se roban los dineros de los contribuyentes y se enriquecen a expensas de dejar dolor y pobreza por todo el territorio colombiano.
Tenemos que hacer borrón y cuenta nueva, o estaremos sometidos a un futuro desolador, con penuria, desempleo, injusticia y hambre. Los clanes políticos, que reúnen lo peor que tiene esta sociedad no pueden seguir convirtiéndola en su mina de oro, para enriquecerse como Alibabá y sus 40 ladrones a expensas del bienestar colectivo.
Colombia merece la oportunidad de un cambio. Está en sus manos hacerlo realidad.
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