"Cuando yo era niño la religión estaba en todas partes. En la familia, en el colegio, en las vacaciones, en la política, en las reuniones sociales y, por supuesto, en las oraciones y en las misas. Estaba sobre todo en La Matilde, la finca de mis abuelos paternos en Manizales..." Así comienza Mauricio García Villegas su libro El país de las emociones tristes.
Él es un abogado y profesor universitario, manizaleño habitante del mundo, que se ha dedicado a la sociología y que con sus teorías escritas en amenos libros se ha ganado una posición privilegiada en ese lugar en el que se hallan los pensadores.
Su texto El orden de la libertad lo recomiendo en cada tertulia a amigos. Virtudes cercanas, un libro publicado con la editorial Angosta, es parte de mis imprescindibles en la clase de Ética Periodística que guío para los futuros periodistas en la Universidad de Manizales.
García Villegas tiene una forma de escribir que permite sacar de la anécdota personal lecciones para la generalidad, para la humanidad, y ese sello le ha granjeado seguidores que corren a comprar sus libros, fáciles de comprender, pues están escritos como dictados por un buen profesor que encanta con sus historias.
El más reciente texto publicado, con el sello de la editorial Ariel, tiene el sugestivo subtítulo de Una explicación de los pesares de Colombia desde las emociones, las furias y los odios. Ya va por su tercera reimpresión, lo que habla de lo bien que ha caído entre los lectores.
Para este pensador, buena parte de nuestros males como nación son dados por los odios viscerales, los rencores decimonónicos, el miedo a reconocer los errores y fracasos. Es decir, un país que en lugar de lograr consensos con base en la razón se deja dominar por sus emociones malsanas.
El texto para llegar a sus conclusiones pasa por temas de la revolución cognitiva, por la felicidad de Spinoza, por asuntos de neurociencia y por pasajes de la historia que nos muestran cómo hemos sido inferiores a las circunstancias, no solo los líderes, sino también los ciudadanos de a pie. En definitiva, un libro que nos pone a pensar.
Con el autor comparto desde hace rato la idea de que los periodistas, en la mayoría de los casos, ayudamos a reforzar esas emociones tristes: simplificamos los temas a blanco y negro y dejamos de lado los importantes matices, que revelan la complejidad del mundo y de sus habitantes. Al disfrutar de conversaciones con él, me ha mostrado cómo podemos hacerlo mejor, y algo de eso también se encuentra en estas páginas.
El final del último capítulo, previo al Epílogo, y la hoja final de este deberían ser de obligatoria lectura para profesores de primaria y bachillerato. En estas páginas el autor cuenta cómo la experiencia le muestra la cantidad de cosas que debió aprender tarde porque no hubo quién lo orientara antes. Menciona cuáles deberían ser los infaltables de una formación más integral. Él, que ha estudiado los problemas de la educación en Colombia, que acuñó el término de apartheid educativo para definir esa brecha creciente entre quienes son educados en colegios públicos frente a quienes logran acceder a educación privada, tiene mucho que aportar en este campo y sabe muy bien de lo que habla cuando se refiere a esos imprescindibles.
No puedo dejar de mencionar que me resulta ridículo que ciertos catones de la moral lleven a que autores como Mauricio García tengan que advertir en notas, como él lo hace al final del libro, que en el libro hay pasajes de textos suyos publicados antes. Lo explicita para que no lo señalen de autoplagio, un ridículo al que fustigadores profesionales han obligado a serios intelectuales.
Es claro que un pensador va y viene sobre sus ideas y que sus argumentos se repiten en charlas, en tertulias, en escritos; es parte del proceso de aprendizaje y de afinamiento, para luego plasmar por escrito su saber. Algo normal, que hay quienes se empeñan en no entender solo por esas furias de un país de emociones tristes. Léanlo y #HablemosDeLibros, de Colombia y de sus emociones.
En frases
* La amistad y el amor necesitan transparencia y franqueza, de lo contrario se vuelven rutinarias e insustanciales.
* Más de una guerra en este país ha sido detonada con la mechas del lenguaje injurioso.
* Los buenos sistemas institucionales son el antídoto contra el desmadre pasional.
* En el catolicismo siempre ha sido fácil combinar la veneración de las normas con su desacato.
* Las emociones no suspenden el razonamiento, a lo sumo le dan una tonalidad y un sesgo particulares.
* Hemos construido un país de espaldas a la naturaleza y demasiado centrado en las promesas urbanas, que por lo demás no han terminado siendo gran cosa.
* La crítica bien fundada hace tanta falta como la tolerancia.
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