Es común que los poetas mantengan su lenguaje cargado de metáforas y de frases alegóricas cuando deciden pasar a la prosa en un escrito de largo aliento como lo es la novela. Eso me ha hecho decir de varios de ellos que terminan escribiendo poemas novelados o novelas poetizadas.
Sin embargo, Piedad Bonnett no es nada común. Al adentrarse en Qué hacer con estos pedazos rotos, si alguien desconoce su obra poética, no se enterará que quien escribe es una consagrada hacedora de versos. Claro, es que también se trata de una narradora y ensayista y, como si fuera poco, una permanente estudiosa de la literatura.
En ella nada es fortuito, por algo se trata de una autora que ha escrito su nombre entre las letras más importantes de la literatura colombiana. Esto se ve traducido en un cuidadoso trabajo de escritura y de construcción de personajes.
En esta, su más reciente obra, nos cuenta la historia de Emilia, una veterana periodista que se encuentra en una edad en la que debería ser el momento de la reafirmación de sus seguridades, en ese estadio en el que podría llegarse a estar por encima del bien y del mal, pero los atavismos son carga pesada.
El lastre de la familia, de la rutina es tan fuerte que termina por llevar a Emilia con la inercia del día a día, sin fuerzas para oponerse a decisiones tan radicales de su pareja, por ejemplo, como remodelar la cocina. Ella ama las cosas como están para darse la oportunidad de que los cambios se den en su cabeza.
“A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone”. Esta es la oración inicial que da paso a esta novela de 166 páginas. Lo que descubriremos en cada capítulo es una caída lenta y segura hacia el abismo. Soy un coleccionista de primeras frases de grandes obras. Creo que un autor tiene en esa línea inicial la oportunidad de atrapar al lector y de ponerle las cosas claras desde un principio: de qué va la historia. Debe ser deformación profesional de periodista, con aquello de que el lid debe ser el gancho que hace que el lector se arriesgue a permanecer en la historia. Este primer párrafo de la novela de Bonnett, lo atesoro ya entre los buenos ejemplos de lo que debe ser un comienzo seductor.
La novela nos va soltando a pedazos la historia de un padre cuya vida se apaga, una hermana que siempre ha hecho las cosas bien, un marido que está lejos de ser el hombre del que se enamoró, una hija que a duras penas tiene tiempo para dejar un mensaje de saludo en el celular, una empleada de la casa que debería ser una confidente, pero no llega a tanto porque carga con sus propias tragedias, esas sí reales.
Es como en ese poema de la misma autora, De un tiempo a esta parte
…y si callamos
podemos oír las pequeñas catástrofes del alma,
un ruido como de pedazos que caen
irremediablemente y sin estruendo.
Este poema es ejemplo de cómo la poeta tiene claro que es la precisión del lenguaje y no el empalagamiento en la palabra el que construye los mejores versos.
Qué hacer con estos pedazos bien puede resumirse en esos versos. La novela va de esto justamente, de cómo todo parece precipitarse, aunque se mantenga la idea de que simplemente así es la vida. Todo se va al traste y termina llegando la piedra que puede derrumbar la casa, así eventualmente se halle una esperanza.
Es interesante que la autora divida la obra en dos partes por la forma en que las divide. La primera está compuesta de 17 capítulos y la segunda apenas de uno, una docena de páginas, en lo que podría haber sido más bien un epílogo, pero tampoco lo es del todo, porque el final queda abierto, nos delinea un posible fin, aunque realmente nos deja en ascuas. Cada quien encontrará cómo debe concluirse.
Una novela que habla de la vida en pareja y su desgaste en el tiempo, de los silencios que se acumulan para no incomodar a los otros, del peso de los lazos familiares y de un cierto estilo de vida burgués que parece mantenernos tan cómodos, a pesar de que la procesión vaya por dentro. Una novela que vale la pena ser leída. Léanla y #HablemosDeLibros.
Subrayados
· A los veinte, una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.
· Una narración –cualquier narración- es algo que siempre derrota el vacío, que crea un vínculo o sostiene el que todavía existe.
· La rivalidad, la envidia y el odio a menudo crean vínculos más fuertes que el amor.
· Los lazos familiares son también grilletes.
· Solo el tiempo es capaz de señalar la rotundidad del fracaso.
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