Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
El diccionario Pequeño Larousse Ilustrado define la palabra moral cómo la ciencia que enseña las reglas que deben seguirse para hacer el bien y evitar el mal. Dice, además, que es un conjunto de facultades del espíritu. La moral es, así mismo, la manera como a través de diferentes experiencias del ser humano, se forman el carácter, los hábitos y las costumbres.
La filósofa española Adela Cortina es enfática al afirmar que en la moral hay dos características que vale la pena señalar: Una es la que denomina moralina y la otra moralita.
- Moralina: Capacidad que tienen algunas personas para decir algo superficial, falso y hacerlo pasar como real y verdadero. En síntesis es engañar y tergiversar.
- Moralita: Tener claro qué es la moral y poseer la sabiduría para asumirla. Entender con certeza que existen criterios para entablar diálogos que edifiquen y normas que satisfagan y humanicen las relaciones con las otras personas.
Pareciera a simple vista que la ‘moralita’ es un término fácil de entender, aprender y aprehender en la vida diaria. Sin embargo, no es lo que se refleja en la realidad cotidiana. Son muchos los ejemplos de la pobreza de valores y de las actitudes ‘moralinas’ que a diario encabezan los titulares de los periódicos y que forman parte de la rutina de los dirigentes de nuestro país.
- ¿Qué hacer para andar por el sendero del respeto, la honestidad, la dignidad, la escucha empática, el sentido de pertenencia por el país, el orgullo de ser colombianos?
Dice Cortina: “Ninguna sociedad puede funcionar, si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ningún país puede salir de la crisis, si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad”.
De este pronunciamiento surgen disímiles reflexiones: ¿A quién le duelen las mentiras, el constante manoseo, las actitudes fariseas, la hipocresía, las promesas incumplidas, la vulgaridad en ciertos escenarios, el matoneo, el irrespeto a las leyes, los insultos, el lenguaje soez y provocador?, ¿a quién la ley del atajo, la ordinariez, la incultura manifiesta en discursos y trinos, las arengas cotidianas de odio y de rabia, las marrullerías y majaderías, que vociferan por todos los medios de comunicación?, ¿a quién le molestan el abuso de poder, la incapacidad para autorregularse, los egos inflados de astucia, el aumento de las trampas, la ausencia de los mínimos éticos, la imposibilidad para ser discretos con la palabra y con el dinero de los contribuyentes o con el trabajo que les ha sido encomendado para trabajar en pro de Colombia?.
Todos estos planteamientos no indican otra cosa que indiferencia con la moral pública, como construcción de con-vivencia y de reconocimiento de los demás y hacía los demás. Muestran indolencia para alimentar y cultivar la moral, las virtudes, los valores ciudadanos; que es todo lo contrario a la corrupción, al abuso de poder, a la ausencia de vergüenza, a la deshonestidad, a la indecencia y a la impunidad.
Pareciera que la moral política y ciudadana estuvieran en estado terminal o agonizando lentamente, sin que hubiese dolientes ni afligidos.
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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