Fanny Bernal Orozco* liberia53@hotmail.com
Se dice comúnmente que nadie está preparado para asumir la muerte de un ser querido significativo, menos aún, cuando ocurre en circunstancias de inmenso dolor y sufrimiento. La muerte, entonces, pone a prueba los recursos que se tienen para enfrentar la desolación, el desamparo y la pena.
El confinamiento ha cambiado muchos aspectos de la vida de las personas. Se ha dado un inmenso salto a la virtualidad en los quehaceres cotidianos: El trabajo, el estudio, las relaciones con amigos, con la familia, con la pareja. Poco a poco se observa la adaptación a estos cambios, que hacen parte del autocuidado y el cuidado respetuoso consigo mismo y con los demás seres humanos.
No obstante, en esta nueva forma de mantener las relaciones, hay momentos que tienen un gran significado social y emocional para las personas. Como son, por ejemplo, el acompañar y cuidar a los enfermos y el poder despedirse en los instantes finales de sus seres queridos.
En estos casi 11 meses de pandemia, estos acercamientos no se han podido dar por diferentes circunstancias, lo cual ha complicado la realización de rituales de despedida, tan necesarios para ayudar a los sobrevivientes, en la aceptación y adaptación a la ausencia.
Alguien expresa así, su dolor: ‘Yo me hago a la idea de que él está en correría. Sus pertenencias están intactas, a veces las lavo, las toco, las acaricio y pienso que ya pronto estará de vuelta. No pudimos despedirnos, no pude ir a visitarlo al hospital y esa última imagen cuando le deje allí, no me deja dormir’. Este es un relato contado siete meses después de la pérdida.
Situaciones como estas, han sido frecuentes en todos estos meses. El enfermo está en soledad, alejado de sus seres queridos; mientras a la familia le rondan diferentes pensamientos y emociones. El miedo, el dolor, la culpa, la rabia, la frustración, danzan sin control en la mente de quienes esperan una noticia que les devuelva la ilusión y la esperanza.
La pandemia ha impedido acompañar a los vivos y despedir a los muertos, lo que lleva a que muchos duelos se compliquen y se ponga en riesgo la salud mental y emocional de los dolientes. Tramitar un duelo, es acompañar, mitigar y prevenir que el dolor se torne crónico o patológico.
En nuestro país, un gran número de personas recibe muy poco o ningún apoyo, que le ayude a superar estos dolores. Esta es una de las razones por las cuales Colombia es un país en duelo y luto permanente, por sus muertos -que no son una estadística- todos tienen nombre y apellido; mientras sus seres queridos los sigan nombrando y llorando.
* Psicóloga - Docente titular de la Universidad de Manizales.
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