Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
Trabajé veinticinco años en un sitio al cual llegaban niños y adolescentes de ambos sexos, la mayoría abandonados. Algunos, nunca conocieron a quienes los engendraron y en sus pocos años habían estado en varios hogares sustitutos. Sus vidas eran una danza de emociones: rabia, miedo, dolor, deseos de venganza, angustia, además de incertidumbre y ansiedad.
Uno de los niños con quien conversé al iniciar mi trabajo como psicóloga, me respondió así ante la pregunta:
- ¿Qué es lo que más desea hacer cuando este grande?
- "Comprar un rifle y matar a mi mamá. Siento mucha rabia con ella, no viene a visitarnos (con él había otro hermanito). Nos dejó aquí tirados y no se volvió a preocupar por nosotros".
Los días en los que se celebraban las reuniones de padres de familia, se veían más abuelas que mamás. Mujeres tristes, cansadas y frustradas, a quienes les habían impuesto la responsabilidad de cuidar y mantener unos nietos; esto sin deseos ni medios para hacerlo. Se les veía en las más precarias condiciones económicas, sociales y emocionales. No había ninguna consideración para con su edad y estado de salud.
Según la Real Academia de la Lengua Española, la palabra abandono alude al acto o hecho de desamparar o dejar a alguien. Así el abandono familiar es el incumplimiento de los deberes de asistencia que legalmente se imponen a toda persona, con respecto a sus familiares próximos.
Afirma la socióloga María Cristina Palacio que además de esta acepción etimológica, el abandono es la expresión del incumplimiento de responsabilidades y obligaciones que tanto legal, como legítimamente, corresponde a los integrantes de una red parental. Esto de manera más específica a los progenitores (padre, madre y cuidadores) respecto a los hijos, pero que también tiene que ver con otros parientes cercanos, que requieran acompañamiento, atención, protección y cuidado.
- "Fuimos cuatro hermanos, yo soy el mayor. Tengo algunos recuerdos de mi papá, borracho, haciendo escándalos y pegándole a mi mamá. Un día él se fue y no volvió, aguantamos hambre y, al poco tiempo, mamá se fue a la calle y también nos abandonó. A veces la veo por ahí, es consumidora, creo que ni siquiera nos recuerda. El abandono tanto de mi papá como de mi mamá, me da rabia y mucha tristeza. No sé si tengo ganas de vivir".
El abandono de niños y adolescentes, la negligencia, la ausencia de responsabilidades y deberes, la indiferencia, el maltrato emocional, son trances que marcan la existencia de manera brutal. Son heridas muy difíciles de sanar.
Hay abandonos morales, emocionales, psicológicos, sociales y económicos que se presentan bajo la condición de corresidencia, aún cuando se habite bajo el mismo techo. Estos se inscriben en la categoría legal de negligencia, por lo tanto, pueden estar asociados con la tipificación de delitos de violencia intrafamiliar (Ley 294/96).
Niños que nacen sin que formen parte del proyecto de vida de los engendradores, deseos y sueños de personas que solo son proveedores genéticos, hijos que viven en la incertidumbre del abandono como consecuencia de actos realizados por hombres y mujeres, presentes en la intimidad, pero ausentes en la responsabilidad.
"Mi mamá me dijo que el señor ‘tal…’ era mi papá y que, aunque él nunca hubiera preguntado por mí, yo lo tenía que querer. Ella no se da cuenta del daño que me hace cuando dice eso. ¿Cuál amor?...ojalá nunca me lo llegue a encontrar".
- A propósito, ¿sabe usted cuántos niños son abandonados diariamente?
- ¿Se ha preguntado a quién le importan estos niños?
Siempre que se abandona a un niño, se le condena a vivir toda su vida con inmensas e incalculables heridas emocionales, lo cual conlleva inevitable y forzosamente a multiplicar la violencia de este país.
* Psicóloga - Profesora titular de la Universidad de Manizales.
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