Esteban Jaramillo
@estejaramillo
El goleador argentino llegó de una villa populosa y sin recursos de Buenos Aires a Manizales, para vivir por siempre entre nosotros. Tan bueno como el pan.
A Palavecino, antes de llegar al Once Caldas, recomendado por One Cativiela, exjugador del Deportes Caldas, lo rechazó el Cúcuta Deportivo por feo.
Libre de Argentinos Juniors, en la primera en su país, tuvo su primer contacto con el entonces gerente del Club, Carlos Fernando Giraldo, quien, sin dudarlo, dadas las referencias, lo contrató.
Su pinta no era la de los argentinos arrebatados, de entonada verborrea, ruidosa y arrogante; su conducta era distante de la fanfarronería. Parecía, cuando estuvo en nuestras tierras, un vecino más, con un espíritu amistoso, abierto y generoso.
Por eso nunca rebozó en dinero, pero fue rico en amistades y obras caritativas. De corazón fiable, resaltaba por su serena sencillez. A primera vista, por su cara, parecía el hombre más rudo del mundo. Pero solo en las canchas, su fuerza explotaba.
En el área, como delantero era entusiasta, simple y efectivo. Jugaba como vivía, sin gestos ampulosos o ruidosas celebraciones. En su despedida, después de fallecido, no registró sus goles, tema muy comentado y en su justa medida.
Solo hablo, en su memoria, de un hombre que entre nosotros construyó una historia inolvidable, resistente al paso de los años, que hoy recrea en sus tertulias a la vieja guardia. Un hombre sin posturas artificiales, procedente de la marginalidad, que dio y recibió amistad sin límite.
Palavecino: El goleador de la humildad.
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