Francisco Bernardone era un acomodado comerciante que seguía el oficio de su rico padre; era especialista en telas finas y en contactos de alto dinero, admirado por hombres y mujeres por su educado porte y elegante figura.
Poco a poco fue captando que el apego al dinero dañaba muchas veces el corazón y el trato mutuo, que al ver a los empleados de su padre captaba mal trato, injusticias latentes: desde aquella época ya era verdad que hay un peligro que anunció el papa Francisco en su visita a Colombia: “el diablo entra por el bolsillo”.
Este Francisco tomó en serio la lectura de lo que a veces pasaba de largo: el Evengelio de Jesús de Nazareth y su estilo de vida que en medio de grupos opuestos, riqueza mal repartida, desprecio a tantos (mujeres, enfermos, pobres, miembros de otras regiones) era un llamado permanente a la reconciliación, a la mirada fraterna y amable, a la unidad.
Sin el Jesús evangélico Francisco no habría pasado de ser un acomodado comerciante italiano pero sin impacto vital, pero el cambio de su vida llegó a ser para el mundo un signo de cambio benéfico, positivo, pacifista y alegre: es lo que sucede con muchos de nosotros que no pasamos de ser tal vez buenas personas pero sin llegar a santos, a seres de Evangelio, de vida nueva con actitudes de estilo renovado.
Francisco se miró a sí mismo y optó por un lema que resumía su existencia con sus tendencias y estilo: “mi Dios y mi todo” y miró el mundo y a los demás y enfatizó otro lema: “Paz y bien”.
Mi Dios y mi todo fue la divisa que condujo su nuevo vivir: renuncio a comodidades, negocios, dinero, alabanzas a su porte noble y dio el paso a una vida sencilla, pobre, sin mayores exigencias y todo en el marco de un verdadero amor a Jesús de Nazareth a quien se propuso imitarlo y seguirlo con toda su fuerza lo que ha llevado a que muchos opinen que nadie ha vivido el Evangelio de Jesús como él: encontró en Jesús el ideal perfecto para una vida feliz y adoptó este camino que incluye el poético sermón del monte con las bienaventuranzas, la vida comunitaria con sus discípulos, los días difíciles de la Pasión y muerte y el paso jubiloso de la Resurrección.
Paz y bien fue la divisa para el intercambio con todos: desear sin distinciones la Paz de Dios y el bien de una vida justa y en concordia como dos fuentes de permanente felicidad; es así ejemplo de gran pacificista que hoy necesitamos en este proceso de post conflicto que nos sigue dividiendo en nuevas expresiones de violencia y odios.
El papa Francisco ha querido vivir este legado de este Francisco de Asís y del mundo.
Ojalá nosotros en nuestra relación con Dios hagamos vida aquel “mi Dios y mi todo” para sufrir menos y aquel “Paz y bien” para amar de veras a quienes nos rodean en reconciliación y paz.
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