Esta semana, Colombia alcanzó un desempleo del 19,9%, la tasa más alta desde la crisis financiera de 1999. En Latinoamérica más de 30 millones de personas ingresarán a la pobreza y 37 millones más perderán sus empleos, ya que según la CEPAL, el coronavirus “ha puesto al descubierto no solo las limitaciones estructurales del modelo económico vigente, sino también las fallas e insuficiencias de los sistemas de protección social y de los regímenes de bienestar en general”.
A propósito de este escenario desolador, en el documental En el mismo barco (In the same boat), Zygmunt Bauman, Mariana Mazzucato, Pepe Mujica, Tony Atkinson y otros pensadores contemporáneos, analizaron hace algunos años la situación global del empleo y la economía y develaron la incertidumbre permanente que ha incorporado la globalización en nuestras vidas.
Esa falta de certeza, esa carencia de una visión a futuro clara, es resultado de una realidad que ya era evidente antes de la pandemia: mientras la economía en las últimas décadas ha crecido como nunca antes, la extensión y calidad del empleo han disminuido. Ese fenómeno ha sido llamado por algunos economistas como el gran desacoplamiento, indicando una ruptura entre la productividad, los salarios, los trabajos y el crecimiento del PIB, factores que solían estar alineados, pero que desde el año 2000 se separaron.
Los efectos de este desacoplamiento los vivimos todos los días. En frente nuestro galopa una inmoral e intolerable concentración de la riqueza, los jóvenes estudian sus carreras sin certeza de obtener un trabajo, millones de personas han dejado de hacer parte de la clase media, la misma clase media ha visto una disminución de sus estándares, y muchos más viven en condiciones de vulnerabilidad extrema. Hemos presenciado el advenimiento de una sociedad en la que la gente, en lugar de trabajar para vivir, vive para trabajar o para buscar trabajo.
Al sistema económico y político inequitativo potenciado con la globalización, se suma otra realidad, evidenciada en la película de Rudy Gnutti. El desarrollo tecnológico mejora nuestras vidas, pero al mismo tiempo destruye empleos, que, quizás, nunca se volverán a recuperar.
“Estamos todos en el mismo barco, lo que necesitamos es que se maneje en la dirección correcta”, dice Bauman, mientras invitar a romper el vínculo entre trabajo y supervivencia. Quebrar esa relación, construida vigorosamente durante los últimos dos siglos, implicaría un cambio cultural profundo, pero también promovería que situaciones extraordinarias, como la pobreza o la pandemia, se resuelvan con mecanismos igualmente extraordinarios.
Un instrumento que apoyaría esa escisión y ayudaría en la ampliación de las libertades, la autonomía y la independencia de las personas y las comunidades, así como en el aseguramiento de niveles esenciales de bienestar, es la Renta Básica Universal. Asumida como un ingreso garantizado por el Estado a todos los ciudadanos, ayudaría, no solo a resolver la actual crisis económica y laboral, sino también a erradicar la pobreza, disminuir la desigualdad y fortalecer la democracia.
Para avanzar hacia allá, necesitamos mirarnos en retrospectiva y reflexionar sobre los sueños colectivos del pasado. El economista británico John Maynard Keynes creía que en 2030 solo trabajaríamos 15 horas a la semana, dedicando el resto del tiempo a las actividades que nos apasionaran y nos llenaran espiritualmente.
Contrario a lo que sostiene Bauman, considero que la humanidad no está en el mismo barco. El modelo económico vigente y el sistema de valores que ha imperado en la sociedad en las últimas décadas, han generado millones de náufragos, han llevado a multitudes de personas a remar en balsas endebles en medio del mar de lujo y ostentación de unos pocos. Millones han sido tirados al mar con nada, excepto sus vidas. La Renta Básica Universal podría lograr una distribución justa de la riqueza social y garantizar justicia, bienestar y equidad. Podría empezar a ubicarnos a todos en el mismo barco.
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