Hace dos semanas afirmé en este espacio que en Colombia llevábamos más de cincuenta años haciendo mejoras y remodelaciones en el edificio pedagógico de las escuelas, pero que ha llegado la hora de hacer una intervención estructural, porque la oferta escolar en nuestro país no responde con pertinencia y eficacia a las demandas de la población escolar. Considero que esta intervención debe hacerse sobre cinco cuestiones cuyas respuestas son los pilotes que, además de cimentar la solidez de los aprendizajes de los niños, estructuran los componentes que hoy reclama la escuela: ¿a qué deben ir los niños a la escuela?, ¿cómo deben organizarse las dinámicas escolares?, ¿cuál debe ser el rol de los maestros y directivos?, ¿cuál debe ser la función de las autoridades educativas de gobierno? y ¿cuál debe ser la función sustancial de los padres de familia? Hoy compartiré algunos elementos sobre las dos primeras cuestiones, y dejaré las otras tres para la próxima columna.
¿A que deben ir los niños hoy a la escuela? Debo decir inicialmente que a ser felices. El índice de felicidad tendría que ser el más importante en la escuela, y convencido estoy de que un niño feliz es un sujeto fértil para aprender, mientras que un niño agobiado y triste difícilmente puede aproximarse a esta posibilidad. Hoy la felicidad de los niños no hace parte de la agenda de la escuela, y creo que allí radica en buena parte el fracaso escolar. La felicidad es un componente estructural determinante en los aprendizajes de los niños, y por eso la escuela, después de apostar por que la felicidad sea el núcleo curricular, podrá organizar su plan de estudios buscando desarrollar competencias en lectoescritura, pensamiento numérico, pensamiento computacional, habilidades comunicativas (bilingüismo), creatividad y liderazgo.
En la gran mayoría de países donde ya se ha hecho este ejercicio, se han concentrado los esfuerzos curriculares de la escuela sobre unas dimensiones específicas y se ha abolido del currículo una cantidad de asignaturas y áreas que atomizan el conocimiento, dilapidan los esfuerzos de los actores escolares y terminan por responder más a una expectativa social que a una necesidad en el desarrollo de los escolares. En Colombia, por ejemplo, solemos creer que la escuela es el vehículo para solucionar las graves problemáticas sociales, y varias de las áreas del actual plan obligatorio de estudios surgieron de una problemática social; de ahí, la cátedra de emprendimiento, la cátedra afrocolombiana, la cátedra de la paz, y ya se escucha en este nuevo Congreso de Colombia recién posesionado que hay senadores y representantes interesados en presentar proyectos de ley tendientes a crear nuevas asignaturas en el plan de estudios de los escolares. Esta visión es totalmente equivocada porque debemos enfocarnos en simplificar la oferta educativa y ocuparnos del cultivo de las dimensiones que requieren los niños para hacerse altamente competitivos.
¿Cómo deben organizarse las dinámicas escolares? Creo que la escuela debe mantenerse en sincronía con la vida y con aquello que pasa en el mundo, y por eso debe formar en el orden, la disciplina, las buenas maneras, los bellos hábitos; pero considero, sobre todo, que debe formar en la autonomía. Uno de los problemas más graves de la niñez y la juventud hoy en nuestro país es su fragilidad para tomar decisiones; los jóvenes egresan de su colegio y aun las decisiones de su vida las toman sus padres o profesores. Aún más, las pocas que ellos “rebeldemente” se atreven a tomar casi siempre son equivocadas, y la razón es que no existe en la escuela una formación en autonomía y autodeterminación, y es gravísimo toda vez que el único arte al que no debemos renunciar es precisamente al de las bellas decisiones. En este se sustenta la ruta del éxito de todo ser humano.
Por lo anterior, considero que los momentos, los espacios y las dinámicas de la escuela deben estar diseñados de tal manera que le permitan al escolar decidir sobre el qué hacer, dónde hacerlo, cuándo hacerlo y cómo hacerlo, de suerte que sean un ejercicio permanente de la cotidianidad escolar. Esto, además, posibilitará una escuela liviana, moderna, ágil y profundamente flexible, acabando entonces con la rigidez, la predeterminación y la obsolescencia de la que ahora habitamos. Y aunque esto sea solo un sueño, yo prefiero soñar con la escuela que merecemos y no quedarme lamentando la única que conocemos.
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