Desde hace algún tiempo venía con la idea de escribir sobre el asunto que hoy me ocupa y seguramente alguna pieza me hacía falta para hilvanar la idea que hoy quiero compartir. En un tiempo muy oportuno me llegó el último número de la revista Magisterio, que magistralmente desarrolla el tema “Educación para la Felicidad”. Con unos invitados de lujo que cualquier auditorio desearía escuchar, la revista aporta suficientes insumos para cuestionarnos sobre la pertinencia de la educación que hoy reciben nuestros niños y para pensar el quehacer de la educación en el presente siglo.
Haré referencia específica al artículo “De la felicidad a la educación positiva”, escrito por Mauricio Galeano Povea, quien ha trabajado la educación positiva desde las políticas públicas. En su texto plantea: “(…) es indispensable, por una parte, empoderar las instituciones educativas y poder incrementar la felicidad en las aulas a través de transformaciones del currículo académico para aumentar el grado de bienestar en los entornos educativos, con el fin de que los cambios significativos en las instituciones educativas sean el primer escalafón de la transformación social (…)”.
Además, el autor presenta tres elementos determinantes de la felicidad: vida placentera, vida con compromiso y vida con significado. El primero hace referencia a las emociones positivas; el segundo, a la utilidad del servicio, y el tercero, a lo importante y trascendente. Sin estos tres elementos no es posible la felicidad, de suerte que son sus condiciones necesarias. Si trasladamos estos elementos al entorno de la escuela, sería útil preguntarnos, en primer lugar, si la dinámica curricular de la escuela genera emociones placenteras; en segundo lugar, si los entornos escolares de hoy en Colombia son escenarios de expresión de fortalezas y gratificaciones para el ser humano, y finalmente, si los aprendizajes que busca la escuela colombiana actualmente son percibidos por los estudiantes como trascendentes e importantes para la transformación del mundo.
Sin demasiado esfuerzo, y a lo mejor con desconocidas excepciones, es fácil concluir que la respuesta a estos tres cuestionamientos es negativa, y por eso escuchamos hablar con insistencia de una escuela anacrónica, y pasamos del reconocimiento social del trabajo de los maestros a una reclamación masiva permanente y lapidaria como la de Ken Robinson: “La educación está reprimiendo los talentos de muchos estudiantes; y está matando la motivación por aprender”, el mismo que se pregunta por qué se aburren los niños hoy en la escuela.
Al parecer, esta realidad no es precisamente lo que más preocupa. Lo más alarmante es que no estamos diseñando políticas educativas que nos guíen por nuevos rumbos y ataquen la raíz del problema con la esperanza de alcanzar una transformación escolar que responda a los intereses y expectativas de los estudiantes. Miremos, por ejemplo, los indicadores que monitorean la educación en Colombia y trazan los diseños estructurales de la política educativa: Prueba Saber (para grados 3, 5, 7, 9, 11), pruebas Pisa, pruebas Saber Pro, pruebas Tim, Índice Sintético de Calidad Educativa, índice de deserción, índice de coberturas brutas, índice de coberturas netas, índice de repitencia, índice de inclusión, índice de extraedad, esto sin contar otros diez que hacen referencia a la infraestructura física y el equipamiento. Es fácil concluir con este menú de indicadores a qué tipo de educación se le apuesta en Colombia, tampoco hay que hacer mucho esfuerzo para encontrar la gran dispersión o negación absoluta de estos indicadores con los tres elementos determinantes de la felicidad que referíamos en renglones anteriores.
Finalmente, estoy convencido de que si queremos realizar una verdadera transformación de la educación, debemos adoptar el índice de felicidad como el principal indicador. La felicidad es el principal precursor de los resultados del ser humano en cualquier dimensión de desempeño, y en la escuela es el antídoto a todos los males. Con felicidad no hay reprobación, no hay deserción, no hay exclusión; por el contrario, hay calidad, hay aprendizajes, hay mundos posibles.
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