Como rector de una institución educativa oficial tengo la costumbre de realizar recorridos completos por sus espacios físicos, no solamente para tener una valoración actualizada y permanente de sus condiciones, sino también como un pretexto para mostrarme próximo y disponible a todos los miembros de la comunidad educativa. Casi todos conocen la hora de esta actividad y reservan espacios para abordarme con inquietudes de diversa índole, por lo que el ejercicio en ocasiones se torna extenso, pero siempre muy productivo.
En uno de esos recorridos, cuando revisaba detenidamente una ventana, se me acercó un chico de grado sexto y me dijo: “Buenos días, rector, ¿cierto que usted es el dueño de este colegio?”. “Sí, claro, ¿por qué lo preguntas, hijo?”, le respondí. “Es que usted se me parece a mi papá: cuida mi casa como un tesoro”, continuó el niño, mientras se alejaba hacia el patio a disfrutar su descanso.
Reflexioné sobre el mensaje del estudiante y descubrí toda la sabiduría que contenía. Tres grades enseñanzas me dejó un chico de tan solo diez años en un compartir de solo cincuenta segundos. La primera es que la escuela debe ser escuchada. Ella habla a través de sus maestros, estudiantes y padres de familia. Escucharla constituye una gran oportunidad, porque habla con sabiduría; si se convierte en hábito escuchar la escuela, ella misma va indicando lo que debemos hacer para su provecho y beneficio.
La segunda enseñanza es que cuando los asuntos de la escuela nos preocupen tanto como los de nuestra casa, será posible solucionar buena parte de las dificultades que hoy ella padece. Lamentablemente lo público arrastra su propia desgracia, porque todos se aprovechan de él, pero nadie se hace su dueño; todos se apoderan, pero nadie se empodera. Dicho de otra manera, “esto no es de nadie, pero es para beneficio de todos”. Lo normal, entonces, es que las instalaciones y el equipamiento en la escuela pública se encuentren deteriorados, dañados, incompletos, inservibles, fuera de uso, es decir, una buena parte del inventario está dado de baja, y solo falta desde hace varios años protocolizar el acta, porque lamentablemente ni eso está al día. Muy diferente a lo que sucede en nuestra casa, porque allí nos preocupamos por su estética, funcionalidad, organización y presentación, y si algo se descompone, por insignificante que sea, de inmediato acudimos a la asistencia técnica y a su reparación casi inmediata.
La tercera enseñanza que me dejó este sabio chico es que hacen falta muchos propietarios en la escuela. Es necesario que muchos estudiantes, numerosos padres de familia y todos los profesores nos sintamos dueños de la escuela y la cuidemos como si fuera un tesoro. Ojalá nuestros actos de cuidado, buen uso, conservación y aprovechamiento nos identificaran como sus legítimos dueños, pero la realidad es triste y ocurre todo lo contrario. La forma como algunos abusan de los bienes de la escuela pública no los hace sus aliados, sino más bien los más acérrimos contradictores. ¡Que pésimo mensaje y qué mala lección se envía desde la escuela, un templo de aprendizajes!
Pregunto: ¿no será acaso que en la escuela pública cuidamos más lo que nos hace falta que aquello que tenemos? ¿De la conservación, cuidado y embellecimiento de la escuela pública no nos debemos ocupar para avanzar en el desarrollo de competencias estéticas y ecológicas? ¿O acaso andamos muy ocupados estudiando lecciones sobre el cuidado del planeta? ¿Conservar lo poco que tenemos no es una tarea urgente para conseguir todo lo que nos hace falta?
Los invito a todos, maestros, estudiantes, directivos y padres de familia, a proteger los bienes de la escuela pública. También los exhorto a exterminar de ella el vandalismo, la destrucción, el abuso y la indiferencia, y a cambio, demos la bienvenida a las nuevas actitudes de conservación, cuidado, protección y buen uso. Hagamos de estos nobles espacios un jardín primaveral para beneficio y provecho de todos, pues de su cuidado y protección somos los directos responsables.
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