Correspóndeme -hoy- hacerle presentación a mi nuevo libro “Oda a la Alegría”. Tiene vestido adánico, es decir, muestra desnudeces, impúdicamente. Es un circuito de sofocos intelectuales. Un diluido cinismo desabrocha cogitaciones, para buscar ojos que deletreen el contenido de sus cuitas. Abre campo a las confidencias que se liberan. Las enfermedades del espíritu buscan sanatorios a través de los confesionarios que se reivindican en el destape de las prosas.
Quien jinetea en estáticos clavileños siente estallidos de cohetes para celebrar viajes irreales por territorios inexistentes. Mi libro tiene cabeza para soñar caminos, cintura para los aguantes y resistentes pies camineros. Está hecho de pincelazos, de atisbos preguntones, de navegaciones hacia adentro.
La alegría es un sentimiento que detona. Es una actitud dinámica que expansiona músculos y desata nudos. Dilata arrugas, embellece rostros, es afrodisíaca en los tactos, vivaz en la mirada, afina el olfato y predispone el oído para las melodías. Elimina cansancios, siembra optimismos y revienta diques.
El hombre alegre es un ejecutivo. Mandón en el tono de voz, sabe disimular tristezas y utiliza piscinas taumatúrgicas para las depuraciones. Liquida las transitorias amarguras con paraísos artificiales que sirven de almohada a las ilusiones. El ser alegre es vital, perpendicular en sus propósitos y desconoce los repliegues melindrosos. Contagia y estimula. Siembra dichas, fabrica fantasías y levita en un delicioso mundo de quimeras. La alegría gesticula, es carcajada suelta, cosquillea cuando hace irrigaciones por la piel de los sentidos. La alegría se extrovierte en poesía. A través de su telescopio que le permite contemplar constelaciones, hace cambios de estrellas para evitar los aburrimientos.
Las mañanas son alegres. Trizas de luz invaden resquicios, sacuden edredones, estimulan los primeros pasos. Los bostezos desaparecen para permitir el ingreso de la alborada que todo lo invade con timbres musicales. Los maitines son enérgicos, templan el alma. Son viriles.
La alegría selecciona las palabras. Las hay trajeadas de luto, llorosas, próximas al coro rezandero que anticipa el silencio eterno de los sarcófagos. Esas palabras, no. “Oda a la Alegría” las espigó vivas, con músculos tensos, con geografía cruzada por arterias torrentosas. Vocablos verticales en las afirmaciones, sumisos en las derrotas del corazón y otra vez arrogantes en los armisticios.
La alegría sabe de júbilos, es celestina en los escondites en donde jolguean los enamorados, se adorna de armiño en los bautizos, y es mortaja en la última despedida. Es renovación. Macolla en el plantío, capullo tímido en el jardín y después aroma y esplendor de colores.
Los que no son alegres tienen rostros callosos. Son acartonados, negativos para el diálogo. Economizan el leguaje, lo menudean, son fieros y pulgosos. Difíciles para los abordamientos. El ser alegre es una diáspora que esparce primaveras. El introvertido atisba de reojo, puja antes de hablar, y le inyecta bravura leonesca a la mirada. El ser alegre es desparramado y atrevido, con fortaleza espiritual incontenible.
Quien aquí escribe es el autor de esas quisquillas literarias. Prosas puntuales que la mente cosechó en ocios productivos. Secuela de cavilaciones sin ínfulas filosóficas, redactadas bajo el dulce agobio de una música sedante, sometido a la presión de musas exigentes.
El lanzamiento del libro será en Aranzazu, mi cuna adorada, y Tony Jozame Amar, con frases severas, lo introducirá al tempestuoso mundo de las letras.
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