Hace una semana aquí les decía que la colonización de un pueblo es cultural, y hay que volver a nuestras costumbres, armar pesebre, comer natilla y buñuelos, bailar novenas y en lo posible no comer pavo en las fiestas de diciembre. Les recordaba que en el pesebre no se pone a Papá Noel sino al niño Dios y recomendaba no perder tiempo tratando de sostener en pie a las ovejas, porque ya estamos caídas.
Hoy lo reitero, pero debo decir que me encantan las fusiones. La comida Chifa es una de mis preferidas, esa mezcla exquisita de sabores peruanos y chinos, como el arroz Chaufa que es una delicia. Y es que una gran parte del éxito de la comida peruana se debe a esta fusión de culturas que se ha dado en Perú desde que llegaron los chinos como en 1850. Y qué tal el gringo que se inventó el combo, mezcla de una hamburguesa -que dicen que viene de Hamburgo a finales del siglo XIX- con las papitas a la francesa -que ya se sabe de dónde vienen aunque no es tan claro porque los belgas también se las atribuyen. El caso es que las fusiones casi siempre son un éxito, a mí me fascinan, las de estilo, música, raza, sexo, pensamiento, cultura, educación. Lo que pasa es que antes de fusionarse hay que saber quién es uno y dónde está parado.
Porque hay fusiones peligrosas, algunas tanto, que logran desvalorizar nuestras costumbres más arraigadas y moldear nuestras creencias, afectos y comportamientos mediante procesos de colonización que permean nuestra cultura a través de medios de comunicación como las redes sociales, el cine y la televisión. Si uno no sabe dónde está parado le pasa lo que a mí una vez que robaron en la sala de ventas de mi oficina y me llamó un vendedor a susurrarme en voz baja que llamara a la policía porque en el primer piso, donde ellos se encontraban, los estaban robando unos tipos armados. Desde el segundo piso y tratando de no hacer ningún ruido llamé por celular a nuestra Policía Nacional en busca de ayuda urgente antes de que los ladrones se dieran cuenta de que había más gente en el almacén, y por mucho que insistí nadie me contestó. Llamé como veinte veces al 911, casi histérica. Y por mucha globalización que exista los gringos no me iban a contestar ni ayudar. Desde ese día no se me va a olvidar nunca que nuestro número de emergencias es el 123, y ahí sí me contestan.
Por eso es que pienso que solo con una educación integral articulada con nuestra historia y que pondere nuestras costumbres, conocimientos, arte, cultura y raíces, podemos enseñarnos a fusionarnos con lo que queramos y seguir siendo nosotros, los colombianos. Esa población del mundo que es feliz, en contra de todos los pronósticos. La que en este momento ya sabe a qué institución, hospital, barrio, familia o niño necesitado de una sonrisa le va a dar al menos un regalito de Navidad sin esperar nada a cambio. Entonces para qué seguir con películas, documentales, series y novelas de mafiosos, sicarios y prepagos si está comprobado que somos más que eso, aunque genere taquilla y rating y a los extranjeros les prive vernos así, caídos, como las ovejas del pesebre. Colonicemos nuestras almas que nunca es tarde, ven ven ven, ven a nuestras almas Jesús ven ven, si quiere meterle Papá Noel al pesebre, hágale, pero escarbemos en lo bueno, fusionemos lo mejor y lo excelente, yo soy tú, tú eres yo, somos todos, con orgullo. Incluidos nuestros ancestros, suficientemente colonizados y humillados con su sabiduría, su arte y cultura, su tierra y sol y su luna, sus dioses y sus muertos.
Y todos hagamos lo que hace mi amiga, la artista plástica manizaleña Ceci Arango: “Donde hay colonización cultural y la consecuente falta de autoestima nacional, yo siempre estoy sembrando semillas de esperanza con mi arte” ¡Gracias Ceci! Gracias a ti, que engalanas el mundo con nuestras raíces y eres la perfecta fusión de manizaleña, con dorados crespos de negra.
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