La Feria de Manizales es una fiesta joven, de hace poco. En esa medida, si se miran los largos periodos en los que se desenvuelven las colectividades humanas, podría tratarse de una tradición todavía en construcción y consolidación. Aunque está fundada en adaptaciones de tradiciones más antiguas, y aunque ha corrido con la suerte de ser apropiada por la región y reconocida por el país, sigue buscando caminos en esa pregunta sobre cómo relacionarse con su propio territorio.
Por esto mismo, hoy se puede hablar de una fiesta que no está terminada y que está llegando a una crisis en su desarrollo. Hablo de una crisis como un punto de quiebre, de coyuntura. Hablo de crisis al ver cómo ciertos sectores de la ciudad, con capacidad en la opinión pública, en la gestión cultural, en la administración de la ciudad, han venido debatiendo en esta última década sobre las versiones de la Feria. Hablan sobre lo sustancial: sus sentidos, sus símbolos, sus escenas, sus espacios. Es esta una prueba de que hace años se viene instalando en la ciudad un malestar, una crisis. Una crisis que reclama evaluación, debate y reconfiguración, y que, dependiendo de cómo la resolvamos, podría fortalecer la fiesta como referente cultural de la región y del país, o apagarla hasta dejarla como otra de esas verbenas de ciudad y pueblo que no son más que anécdotas al paso.
Es una discusión grande, pienso. Que tendrá que darse entre muchos, creo. Pero que deberá abordar al menos tres puntos en crisis: el relato, la curaduría y la planeación. En esta entrega voy a dejar planteado el primero.
Hablo de la crisis del relato porque la Feria de Manizales ya no está contando una historia, o al menos la que cuenta ya no está llegando. Toda fiesta popular cuenta una historia. En la misma semana en la que el Carnaval de Riosucio, por ejemplo, cuenta la historia de ese diablo bueno que unió las dos plazas, en Manizales nos estamos quedando sin qué contar. O estamos contando mal. Y sin relato no hay cultura.
Esa ‘sevillanidad’ volcada a lo taurino se está quedando corta ante una cultura local que se ha enriquecido, diversificado y democratizado. Los hispanistas se están extinguiendo y los taurinos cada vez parecemos unos invitados más, quizás los invitados que seguimos aportando lo de mejor calidad -de esto hablaremos al hablar sobre curaduría-, pero unos invitados entre muchos otros. Además de que las amenazas a la tauromaquia, tanto las que vienen de afuera como las que se le cocinan desde adentro, la han debilitado como relato común. En ese vacío de relato aparecen las otras historias que buscan un mejor puesto en la Feria: la historia cafetera, la historia deportiva, la historia urbana, la historia rockera, la historia LGBTI, la historia del arte corporal, incluso hasta la historia de la cultura geek; y hoy por hoy, quizás por el gusto institucional del gobierno y por la fuerza económica de su consumo, la cultura del despecho, con un énfasis en el turismo de la parranda y el licor, parece estarse convirtiendo en la historia referente. Pero al final terminamos contando muchas cosas al tiempo, sin nada que cobije o que una las puntas, sin nada que nos cuente a nosotros mismos por qué hacemos lo que hacemos.
Se habla de encontrar una Feria “de acuerdo a nuestra identidad”. Pero se corre el riesgo de terminar en nuestra versión más conservadora, esa en la que se prefiere una identidad solo por ser la propia, la de mi gusto, la de la “alta cultura”, “la tradicional” o “la del pueblo”, a un precio muy alto para la diversidad que en realidad sí somos. La búsqueda de una sola identidad viene con el riesgo de excluir las demás. Por eso parece mejor hablar de un relato, uno que todos puedan interpretar y apropiar, uno en el que las diferentes identidades se reconozcan. El relato del Diablo de Riosucio abraza desde el teatro y la poesía hasta el despecho y la ebriedad. Visto así, la crisis de la Feria no es tanto el aguardiente y el despecho, eso también somos, la crisis es el aguardiente y el despecho convertidos en el relato.
Entre bambalinas: En más de una ocasión esta columna ha hablado sobre la amenaza que vive la fiesta taurina desde adentro, desde sus propias empresas y sus propios actores. Lo de las ganaderías en esta temporada, en Manizales y Cali, es señal de mediocridad.
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