“En la Regencia Italiana del Carnaro, la música es una institución social y religiosa…”. Así regía la Carta del Carnaro, la constitución que escribió a solas el proto-fascista italiando Gabriele D’Annunzio y que declaró para la región del Fiume (hoy Croacia), en el año 1920.
La constitución de D’Annunzio estableció la música como base de esa nación, a la par de las tres ramas del poder público, al mismo nivel de los derechos más esenciales. Por eso ordenaba: “En cada comuna de la Regencia habrá una sociedad coral y una orquesta subvencionadas por el Estado. En la ciudad de Fiume, el Colegio de Ediles será comisionado para erigir una gran sala de conciertos con capacidad de al menos diez mil oyentes, equipada con gradas y un gran foso para el coro y la orquesta. Las grandes celebraciones coral y orquestales son ‘totalmente gratuitas’ como de los padres de la Iglesia es dicho gracias de Dios”.
Es solo otro episodio de la historia que muestra esa relación afanosa entre arte y poder, entre cultura y política, entre eventos y proselitismo, entre públicos y populismo. Un episodio que lleva a pensar en cómo nuestros gobernantes asumen las políticas en cultura, en cómo la música, por ejemplo, siempre está a punto de pasar de ser una expresión a ser una estrategia política y electoral.
En medio de la VIII Feria del Libro y del XXXIX Festival Internacional de Teatro, a pocos días de los eventos que conmemorarán los 168 años de la ciudad, el Instituto de Cultura y Turismo de Manizales (ICTM) ha estado en medio de las críticas.
Se le ha increpado por su discriminación al promover ciertos eventos y otros no. Diría que el problema es también de discrecionalidad, porque se asume la cultura de-uno, la que a uno le parece. Al no existir una política pública seria, con objetivos, metas y estrategias, el gobierno puede actuar a voluntad, por el buen o el mal gusto, o adoptando la política de “solo con/por mis amigos”, o, peor aún, decidiendo con el cálculo sobre cuál evento deja más votos para el futuro.
Pocas veces la decisión es sobre lo que necesitan los ciudadanos o sobre la sociedad que queremos construir. No hay reflexión sobre el impacto que se quiere con la música, con el teatro, con la lectura, con la literatura, con los toros, con el arte urbano, con el baile, con la fiesta. Donde puede caber tanto lo popular como lo “letrado” (tomo esta expresión de Ángel Rama), no hay la menor ponderación para buscar un equilibrio en la promoción de lo uno y lo otro.
También se ha criticado al ICTM de algo de lo que sufre todo el sector de la cultura en el país. De tomar los recursos del Estado para montarle eventos que le compitan y que anulen a los gestores privados y populares; incluso con eventos gratuitos, como se le ocurrió a D’Annunzio. En su lugar, se dice, debería apostarle a una política donde los recursos públicos se destinen a potenciar las iniciativas populares y privadas, y que la gratuidad, si aparece, sea para el beneficio conjunto, contando a los ciudadanos, y no para tomarse el monopolio de las expresiones ciudadanas.
Ahora bien, la crítica al ICTM también aplica para el detrás de cámaras, porque la cultura de-uno también está en las formas. La Corporación Cívica de Caldas ha venido llamando la atención sobre tres cosas que preocupan en esa entidad. Primero, el aumento de la contratación directa: en el primer semestre contrató alrededor de 2 mil millones de pesos por esta vía, cerca del 70% del total de su contratación. En parte se debe a que los contratos que son de la misma naturaleza se contratan de manera separada, así su menor valor permite saltarse la selección objetiva.
Segundo, de las 11 selecciones abreviadas que se han desarrollado durante 2016 y 2017, 8 fueron de un solo proponente. Fueron de-uno. Es decir que no se contrató al mejor ni al más económico sino al único que llegó. Una situación que demuestra que en la etapa precontractual no se están haciendo los estudios de mercado ni las convocatorias de forma adecuada.
Tercero, no se garantizó la publicidad de todos los concursos y selecciones para las actividades de la última Feria de Manizales.
Si es cierto que viene un remezón en el gabinete, que venga también una sacudida en la forma como se ha concebido el sector cultura desde tiempo atrás.
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