Nunca antes debimos crear tanto, imaginarnos tanto. Pero como el mundo está invertido, solo parados de cabeza seremos capaces de ver para crear.
Primero. Con los cientos de años de ciencia médica estamos combatiendo un virus que no vemos, que no entendemos, que nos pone a prueba, como los viejos dioses. Además nos muestra que incluso las ciencias más completas se quedan cortas ante lo más mínimo, una gripa.
Sin embargo, una medicina que crea de cabeza va viendo más claro que las enfermedades contagiosas requieren curas contagiosas, es decir sociales y de sistema, y que estas tienen mucho más de diálogo interdisciplinario e intersectorial y menos de egos especializados.
Segundo. Los economistas ya no quieren hablar tanto del futuro después de que habían llevado a la economía a ser la única voz de la futurología de riesgos con la que se justificaban medidas del presente. Pienso en Alejandro Gaviria, que este fin de semana dio una entrevista a El Espectador pero pidio que no le preguntaran sobre el futuro, que no quería --esta vez ya no-- aparecer como un gurú.
Sin embargo, algunos economistas, ya parados de cabeza, han migrado sus conocimientos estadísticos y financieros a apoyar la modelación de futuros epidemiológicos, de salud pública o de seguridad alimentaria. Temas que se van tomando la agenda económica como muestra de que una economía de cabeza sí crea futuros, pero no con el fantasma de una hecatombe abstracta, siempre por venir, que solo justifica la supuesta seguridad de una única forma de producir. Más bien imagina el futuro siempre con crisis múltiples, concretas y posibles que nos sirven para estar cambiando día a día.
Tercero. El empresariado del mundo sufre lo que es un estado de excepción, en vivo y en directo como lo han sufrido otros. Reconocen su fuerza y su capacidad de destrucción de vidas y de valor, lo cual se justifica como un costo necesario o como una variable negociable en nombre de un bien común. Reconocen que a los gobernantes les gusta, los tienta, se las pone fácil.
Sin embargo, ya una parte del empresariado global está de cabeza pensando cómo dejarlo atrás y salir vivos. Saben que la excepción siempre debe ser el último recurso, y debe ser limitado y controlado en democracia. Ahora advierten que el debate sobre “cuánta fuerza”, “cuánta restricción” o “cuál bien común” no es un embeleco y define la vida de un campo empobrecido en conflicto o de una ciudad productiva en pandemia. Esta parte del empresariado global, como los buenos activistas, ahora está proponiendo una nueva sociedad y una nueva empresa para que, aún en medio de la crisis, siempre a la vida y al intercambio de valor le quede una salida diferente al estado de excepción.
Cuarto. Nuestros filósofos más pop parecen algo embolatados. Los vimos negando la crisis o diciendo que solo era más de los mismo solo para estirar sus viejos argumentos a esta nueva realidad. Otros dejaron en evidencia su eurocentrismo. Los leímos algo irrelevantes en este Sur donde lo primero que preocupa no es, como dicen, que el Estado moderno nos discipline con un siglo XXI que poco le ha interesado imponer, con conectividad, vigilancia tecnológica y datos de seguridad social. Acá el primer riesgo es que nos discipline con más de los siglos pasados, lo que sabe hacer, con violencia legal e ilegal, exclusión de poblaciones y negación de
derechos.
En una filosofía de cabeza se puede ver que estos personajes de la filosofía actual, en medio de la crisis, crearán algo mejor en un segundo o terccer texto, quizás porque lo pensarán dos veces, de cabeza. Una filosofía contemporánea de cabeza nos invita a revisitar pensadores viejos que también lidiaron con mundos al revés, o a conocer pensadores actuales menos globales, con menos ganas de inventar recetas universales, con más tino y empatía de lo local.
Uno de ellos, Michael Taussig, nos hacía ver en estos días que el mundo invertido es en realidad un mundo encantando y surreal, en el que cisnes y defines pasean en Venecia, en el que el Papa camina solo y anuncia que podemos confesarnos directamente con Dios, en el que la gente canta y baila en los balcones de sus casas --pienso en Buñuel--. Entonces es un mundo que solo admite palabras encantadas y creaciones surreales para ser vivido. Como pararnos de cabeza, despertar la imaginación y crear.
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