La otra versión sobre el oso monumental que hizo Santiago Carrillo en el avión de Iberia es la siguiente, que como se verá tiene algunas variantes interesantes respecto a la primera que dimos en el artículo anterior, pero que en definitiva resultan ser lo mismo. Ya llegando a Madrid, Carrillo preguntó a la azafata si podía pasar a la cabina de mando para desde allí ver mejor la ciudad. La azafata lo comunicó al comandante y Carrillo pasó a la cabina. Entonces se escuchó por los altavoces del avión el siguiente mensaje: “Les habla el comandante. Dentro de breves minutos tomaremos tierra en el aeropuerto de Madrid-Barajas. Mientras tanto les invito a que observen por la parte derecha del avión el histórico lugar de Paracuellos de Jarama donde fueron fusiladas durante nuestra Guerra Civil siete mil personas inocentes. El que les habla es hijo de una de ellas. El que mandaba el pelotón de ejecución es uno de sus compañeros en vuelo, don Santiago Carrillo Solares, sentado en la butaca 27-B”. El hecho ocurrió en 1977, dos años después de la muerte de Franco. Los memes y burlas para Carrillo fueron centenares en periódicos, revistas y televisión. Eso le ocurrió por “hacer la pelota” como se dicen en España, o por lambón como decimos en Colombia. Y volviendo a nuestra habla paisa, después del incidente Carrillo “pagaba escondederos a peseta”.
Son varios los historiadores que han investigado sobre las matanzas de Paracuellos de Jarama, y cuando años más tarde Carrillo en un escrito dijo que el no fue responsable de nada, Ricardo de la Cierva, importante historiador español, lo tildó de mentiroso. En Paracuellos se visita el Cementerio de los Mártires, que contiene los restos de muchos de los asesinados.
El piloto de la historia se llamaba Carlos Angulo Álvarez y la empresa Iberia, cediendo a las presiones del Partido Comunista que ya estaba legalizado en España, lo castigó quitándole un sueldo. El piloto por su parte, contento con haberse sacado un clavo, dijo que era el sueldo que mejor le habían pagado.
La dinastía monárquica española se había roto en enero de 1941 cuando el rey Alfonso XIII abdicó en favor de su hijo Don Juan, que sería el Conde de Barcelona. Franco no lo quiso nombrar como su sucesor y en cambio se inclinó por el hijo de Don Juan, que subió al trono como Juan Carlos I, casado con Sofía de Grecia. El nombre exacto del Conde de Barcelona era Don Juan de Borbón y de Battenberg. Su madre era la reina
Victoria Eugenia de Battenberg. Todas, o casi todas, las cabezas reinantes de las monarquías europeas estaban emparentadas entre sí y fue la emperatriz Victoria, de Inglaterra, que dio nombre a la “Era Victoriana,” la que se encargó de esas alianzas matrimoniales. De hecho, los tres reyes que se enfrentaron en la Primera Guerra Mundial eran primos: el de Inglaterra, el káiser de Alemania y el zar de Rusia.
Tuve, pues, la suerte de vivir los últimos años de vida del Caudillo, el advenimiento de la democracia en España y la coronación de Juan Carlos I. A la circunstancia de su sucesión se refería Franco cuando decía que “todo estaba atado y bien atado”. Pero volviendo atrás, debo decir que a la muerte del almirante Carrero Blanco, el Generalísimo nombró como su sucesor a Don Carlos Arias Navarro, que a diferencia del almirante que era más liberal, venía con mano dura. El Conde de Barcelona murió en 1993 y está enterrado en el Panteón de los Reyes en el Escorial.
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