Decíamos que Olof Palme salió por las calles de Estocolmo pidiendo limosna para derrocar el régimen de Franco. Y decíamos también que muchos españoles, que todavía veneraban a su caudillo se pusieron furiosos. Y ¡cómo es la vida, cómo son las cosas en política, y cómo somos los seres humanos! Franco murió oficialmente el 20 de noviembre de 1975 y tiempo después, no recuerdo exactamente cuándo, vino a España Olof Palme. Tampoco recuerdo en qué circunstancias vino ni quién lo invitó; el hecho es que fue recibido en Madrid con una manifestación multitudinaria como no se había visto en la capital de España y no se vio muchos años después.
La fecha de la muerte del caudillo fue otro hecho, se dice, manejado políticamente. La noticia era esperada desde hacía mucho tiempo pues se colaban informes de que el caudillo estaba gravemente enfermo y aquejado de muchas complicaciones. Los partes oficiales, como casi todo lo oficial en tales casos, no decían toda la verdad. Se cree que murió el 19 de noviembre de 1975, pero acomodaron la fecha para el día siguiente, 20, para que ocurriera exactamente en el aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, el fundador de La Falange, el partido de derechas. José Antonio fue hijo del dictador Miguel Primo de Rivera y en octubre de 1933 fundó el partido de La Falange.
El año de 1936 cuando Franco se levantó contra la Segunda República Española y dio con ello principio a la Guerra Civil Española (1936-1939), José Antonio fue condenado a muerte por el gobierno “rojo” y fusilado el 20 de noviembre de ese año.
Los estudiantes de la Universidad Complutense que hacíamos escalada en los picos rocosos de La Pedriza de Manzanares (sector de la Sierra de Madrid) pasábamos todos los fines de semana frente al Hospital de la Paz, donde estuvo internado el caudillo durante su última enfermedad. Entre nosotros había franquistas y antifranquistas y estos últimos, beligerantes, aprovechaban para burlarse del caudillo. Hubo ocasiones en que se organizaron refriegas acompañadas de puñetazos, patadas e insultos dentro del bus en que viajábamos. Yo, por supuesto, no participaba en ninguno de los bandos. Yo no comulgaba con los estudiantes franquistas, pero se sabía que entre ellos había espías del régimen. Yo debía permanecer neutral.
En la Universidad Complutense, por esos años, había mucha agitación anti y pro-franquista. Los enemigos del régimen repartían volantes, pero no de mano en mano, eso hubiera sido peligroso para ellos. La costumbre era que los tiraban al suelo cuando nadie los veía y los interesados y curiosos los recogíamos cuando nadie nos veía. Al menos ese era mi caso. La represión era fuerte. A veces sobrevolaba la universidad un helicóptero de la policía y se veía que por la ventana sacaban un potente “tubo” sobre los grupos de estudiantes. Yo llegué a asustarme mucho la primera vez que vi el largo aparato y esperaba el momento en que empezara a disparar. Pero me explicaron que no era un arma de fuego sino un potente teleobjetivo para fotografiar a los estudiantes. Cuando aparecía el aparato yo trataba de separarme, si estaba en grupos, o de ocultarme para que no me fueran a inmiscuir en problemas, que ya los había tenido cuando publiqué el chiste meteorológico sobre el caudillo. Yo tenía que cumplir la promesa que hice ante el Ministerio de Relaciones Exteriores de España de no manifestarme contra el Generalísimo. Supe que unos estudiantes latinoamericanos implicados en mítines dentro de la universidad contra el régimen tuvieron muchos problemas.
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