En días pasados, las redes sociales se alborotaron porque en Dubái subió la temperatura a 63°C y los árboles se quemaban por combustión espontánea. Después se supo que el día más caliente allá fue junio 12, con 46ºC, y que el arbusto ardió pero en Arabia Saudí, por mano humana. También es cierto que este 2019 es el tercer año más seco desde 1965.
Estos episodios traen a la memoria una investigación hecha en la Universidad de Nueva Jersey y el Instituto de Ciencias de Israel y publicada en septiembre en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias (PNAS, por su nombre en inglés). Pasó inadvertida por la prensa colombiana, inmersa como estaba en la crisis del Real Madrid, los 50 años del álbum blanco de Los Beatles, las burlas a Trump en la ONU, el debate sobre si hay más genios y más bobos entre los hombres que entre las mujeres, entre otros tópicos de máximo interés.
Los científicos informaron que los 7.500 millones de humanos - e inhumanos - que pisamos la Tierra, somos solo el 0,01% de sus seres vivos. A pesar de lo cual, han dado cuenta del 83% de los de mamíferos salvajes, 80% de los marinos, 15% de los peces y más del 50% de las plantas.
De lo que no ha sido destruido, apenas 30% de las aves son silvestres; 70% es de corral, destinada a consumo. Entre los mamíferos, solo 4% es salvaje, porque 60% es especies de finca. La Humanidad es el 36% restante, pero se come la séptima parte de los plumíferos, la sexta de los cuadrúpedos y aniquila lo que no puede acorralar o enjaular.
El estudio no abarca especies extintas jamás conocidas. Solo se conoce el 15% de la biodiversidad planetaria. El resto es desconocido por la ciencia, advierte el biólogo Luis Cappozzo.
Tan interesante pero desalentador censo se obtuvo al calcular la cantidad de carbono que hay en la Tierra, elemento químico presente en todos los seres vivos (y los bobos). Es la llamada biomasa, que en conjunto pesa 550.000 millones de toneladas. De tan abrumadora cantidad, apenas 5% corresponde a los animales, incluidos Maduro, Maluma, Santrich, Neymar, y los seres humanos.
Cappozzo presagia que la Tierra se acerca a una extinción masiva, sexta de las sufridas a lo largo de 4.000 millones de vida del planeta. Fueron tan devastadoras, que en la quinta, provocada por el impacto de un meteorito, desapareció el 97% de todos los organismos vivos. Tuvieron causas naturales, pero el próximo cataclismo ecuménico será consecuencia del cambio climático que la excesiva emisión de gases nocivos, provocan las actividades del ‘homo sapiens nihil sapiens’, u hombre sabio nada sabio.
En los 115 años transcurridos entre 1901 y 2016, la temperatura subió más del 25%. Por ejemplo, la de Manizales oscila hoy entre 14 y 23°C. Hace un siglo estaría entre 10 y 17°C. Llegará el momento en que el día más frío tenga el mismo temple del más cálido de antaño.
El biólogo advierte que la debacle será irreversible cuando desaparezcan los animales marinos más grandes. Sobrevendrá “un desequilibrio de magnitud planetaria, por el rol que cumplen en los ecosistemas oceánicos”. (En marzo fue hallada en el mar de Filipinas una ballena muerta: ¡tenía 40 kilos de plástico en el estómago!).
Corresponde a la Humanidad revertir la situación, en carrera contra el tiempo. Según los expertos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU, se deberá reducir de 50 a 85% las emisiones de gases y recortar cada año 0,12 % del producto interno bruto (PIB) global. De no hacer nada, hacia 2030 se cruzará el punto de no retorno.
O quizás la Tierra esté ya sentenciada por la economía: 85% del PIB global lo acaparan 1.500 multinacionales, dirigidas por unas 700 personas interesadas únicamente en enriquecer a sus accionistas. Y el presidente de los EE.UU. niega el tal calentamiento. Aunque falsa, la noticia del calor en Dubái asustó a muchos. Bueno es que empiecen a preocuparse por la realidad circundante y no por los reenvíos. Quedan once años para decidir entre todos el futuro del planeta, si antes no lo acaban entre Trump y Putin con sus azarosas bravuconadas de matones universales.
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