El brutal asesinato de un negro indefenso a manos de un policía blanco reconocidamente violento, por la presunción de estar cometiendo un delito, tiene sumidos a los Estados Unidos en los disturbios más graves desde los ocurridos en 1968, con motivo del homicidio de Martin Luther King, adalid de los derechos civiles en un país que los reconoce de acuerdo con el color de la piel. Al redactar esta nota, había manifestaciones en más de 75 ciudades y toque de queda en más de 40.
Además de la infamia que entrañó el crimen por sí mismo, fue la gota de sangre que rebosó la copa de la paciencia popular, ante la repetición de atropellos raciales. Un investigador del Brookings Institution da cifras escalofriantes: “Los negros tienen 3,5 veces más probabilidades que los blancos de morir a manos de la policía, cuando no están atacando ni tienen un arma. Los adolescentes negros tienen 21 veces más probabilidades que los blancos de morir por agentes de policía. La policía mata un negro cada 40 horas”…
La de por sí delicada situación social tiene un agravante más: Donald Trump. Este promotor de reinas de belleza, conductor de ‘reality show’ y plutócrata de dudosos procedimientos se convirtió en presidente de los EE.UU, mediante maniobras propias de él, impropias de ese país. Bueno, puestas en práctica por George Bush hijo.
Por su verborragia digna de un narrador de Win, Trump hace temer el momento en que decida poner fin a los disturbios. Las amenazas fueron proferidas antes desde la Casa Blanca para resolver la política externa, no la interna: movilizar a “miles y miles de soldados fuertemente armados”, invocando una ley insurrección de la época de la Guerra Civil (1861-1865).
Quienes protestan son “delincuentes” y “cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo”. En Twitter ocultaron el mensaje por romper “las reglas sobre glorificar la violencia”. Nueva viaraza del energúmeno y renovada decisión de intervenir los medios de comunicación. Si los gobernadores no enfrentan los disturbios con “mano dura”, serán vistos como una “manada de idiotas”.
Al decir de Jennifer Hochschild, profesora de Harvard, Trump “está haciendo todo lo posible para empeorar las cosas”. También por la decisión de retirarse de la OMS, en medio de la pandemia que hace estragos en su país por su pésimo manejo, para mantener la guerra fría con China. Y porque es mentiroso compulsivo: según The Washington Post, a diciembre de 2019, Trump había hecho como presidente más de 15.413 afirmaciones falsas o engañosas, unas 14,6 por día. Tan extenso prontuario revela a un sicópata, comparable con Hitler. O un Maduro rico. En cualquier caso, un peligro.
¿Se acerca la cuna de la democracia moderna a una tiranía, a un golpe de Estado o a un derrocamiento popular?
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Coletilla: El sinuoso Ernesto Samper, en abuso de su inmerecido título de expresidente de la República y aprovechando la desmemoria e indiferencia políticas de la mayoría de colombianos, pontifica por qué su actual y desaguisado sucesor debe ser recordado: “Por los errores de su política exterior. Por su sometimiento incondicional a los EE.UU. El desconocimiento de acuerdos internacionales. Su temeraria y estéril actitud contra Venezuela. Por ideologizar foros regionales y, recientemente, por falta de canciller”. ¿Hace tantos méritos Duque?
Con parafrasearlo se resume la gestión del autor de estas frases: será recordado por los errores de todas sus políticas. Por su sometimiento incondicional a los narcos. El desconocimiento de la Constitución que juró. Su temeraria y nefasta actitud contra Colombia. Por usar la Presidencia para defenderse y, durante cuatro años, por falta de presidente.
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