Un buen amigo y sacerdote excepcionalmente bueno me envió un artículo del fraile español Santiago Martín, publicado el 27 de noviembre en ese país. Refiere a una etiqueta de Twitter titulada ‘Fuego al clero’, en la cual se incita a quemar clérigos, con gran aceptación de numerosos usuarios. Más grave que la propuesta, ha sido la amplia reacción favorable.
Según el autor, no fue bloqueada desde la plataforma y se pregunta cómo habrían respondido las autoridades y la sociedad hispanas, de haberse ofrecido candela a rabinos, sinagogas, mezquitas, homosexuales o transexuales. Sectores generalmente condenados desde los púlpitos, con o sin disimulo. Para evitar suspicacias, agregó a los negros y los emigrantes, quienes rara vez encuentran abiertas las puertas de las iglesias.
Martín no entiende por qué amenazan a los “suyos” y no a los “otros”. O a especies animales salvajes en vías de extinción y domésticas en vía de extensión, como los perros… y sus insufribles propietarios. A su juicio, todo ello se debe a que “los sacerdotes tenemos menos derechos en esta sociedad que las focas, las ballenas o los perros”.
Lo de los “menos derechos” podría rebatirse fácilmente, con la larga lista de privilegios de que gozan todos y abusan muchos. Es evidente que el intento de fray Santiago de dirigir el fuego hacia otras direcciones, nace de una extendida falsa creencia en la infalibilidad clerical: “Lo que está pasando no es un fracaso de la Iglesia, como si ésta no hubiera sabido ganarse el aprecio de la sociedad. Es un fracaso del sistema democrático”. Y de la no responsabilidad por lo mal hecho: “Una democracia en la que se permite esto, está muerta, y no la habremos matado los católicos sino los que quieren quemarnos”. Los “sacerdotes católicos”, debió decir…
Como ciudadano, rechazo toda incitación a la violencia contra nadie; mucho menos contra quienes piensan diferente en asuntos religiosos, raciales, culturales, políticos o deportivos. Y desde esta perspectiva, adhiero totalmente el rechazo del fraile, así no concuerde con las razones.
Como periodista, intento entrever qué hay detrás de tales incitaciones. En el ‘fuego al clero’ subyace el creciente clamor por una profunda reforma de la Iglesia Católica, sistemáticamente desatendido. Resultado: templos vacíos, pérdida de fe, fieles desorientados que cambian de culto, encuentran el sendero o condenan el espíritu.
Prevalecen los párrocos que se llevan custodias, cálices, ornamentos e imágenes de gran valor y antigüedad, dejando atrás una estela de corrupción de niños inocentes. Los obispos se rodean de lujuriosos fastos. Ciertos arzobispos mudos, viajeros irredentos, dejan sus sedes en manos de curitas sedientos de riqueza. La politiquería en El Vaticano conlleva pactos diabólicos, inclusive.
Campean los clérigos sin vocación, las prédicas de cajón, carentes de contenido; las celebraciones automáticas, ritos sin fondo; la indiferencia por los fieles. El mensaje primigenio de Jesús es manipulado, acomodado y retorcido para favorecer los intereses propios y explotar los ajenos. Se da más importancia a la institución, que a su razón de ser.
El católico pensante ya no se identifica con una iglesia que percibe ajena y turbia. Por eso, quizás el llamado a prender fuego al clero no sea literal, ni para buscar revancha histórica contra la Inquisición. Ni siquiera estaría alimentado por el odio a la fe al cual Santiago Martín atribuye las incitaciones por Twitter en España.
Tal vez el llamado sea a quemar simbólicamente las prácticas retorcidas, expurgar a los malos eclesiásticos y levantar una verdadera Iglesia que recupere la palabra divina y la aplique con sentido humano. ¿Quedarán sacerdotes capaces de asumir tamaña responsabilidad o habrá que resucitar a Lutero?
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