Una oleada de indignación con tufos clasistas recorrió el país, a causa de los sucesos del corregimiento de Tasajera, Magdalena. La tragedia no fue la muerte de 36 personas y las quemaduras de 50, vistas como un daño colateral, sino el robo de combustible a un carrotanque accidentado.
En noticieros y redes presentaron a todos los habitantes de la isla de Salamanca, la estrecha franja que separa la Ciénaga Grande de Santa Marta del mar Caribe, como unos vagos que prefieren delinquir a trabajar. Pero callaron que son víctimas de añejas chambonadas gubernamentales: los constructores de la carretera cegaron las entradas de agua salada, que al mezclarse con la dulce de los riachuelos, formó un ecosistema que la Unesco declaró reserva de la biósfera.
La magna obra de ingeniería provocó la desaparición de casi 300 kilómetros cuadrados de manglares e incontables especies animales. Un biólogo de la Universidad del Atlántico la considera el más devastador crimen ecológico de la historia nacional. Para paliarlo, abrieron pasadizos de agua que agravaron el daño, porque el sedimento sepultó los bancos de ostras, la base de la cadena alimenticia local. Como el oleaje carcomía la vía, en 2014 el gobierno (?) de Santos invirtió más de $12.000 millones en espolones de protección, incluida la mermelada para los impolutos políticos costeños.
Pero ni un peso para mejorar la calidad de vida de comunidades privadas de la pesca, su fuente ancestral de trabajo. Junto con las del Patía, Cauca, son las más míseras de Colombia, obligadas a saquear para malvivir.
Sin justificarla, se debe entender una situación no propiciada por ellas. La imbecilidad de quienes creen que gobernar es echar asfalto por echarlo, los convirtió en parias, antes que delincuentes.
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Otra verdad: el expresidente Andrés Pastrana preguntó al presidente Duque si nombra “a cambios de votos”. ¿La coalición de la cual él hizo parte en 2018 para ganar las elecciones, fue a cambio de qué? ¿Por patriotismo? ¿Cómo el que tuvo al entregar El Caguán a la guerrilla? Al plantear Pastrana dudas sobre la “moral” de dicha empresa electoral, las plantea sobre la suya propia.
También Santos, fiel a su costumbre de anunciar algo y hacer lo contrario, la emprendió contra Duque, cuya cabeza funciona solo con un balón de fútbol. Había prometido no hablar del actual Gobierno, pero empezó a hacerlo en charla con su congénere Roy Barreras, no sin antes exaltar su propia gestión, que nadie vio.
Juanpa está celosísimo porque Iván hace lo que es capaz: cortar cintas. “Todas las obras que se han inaugurado hasta este momento, fueron hechas por nuestro gobierno”, reclamó. Para tapar la del gato, agregó: “No contribuye al progreso de Colombia que el presidente que acaba de salir se dedique a señalar y criticar”.
Por experiencia propia, “si Duque quiere pasar a la historia como un presidente que no fue un total fracaso, la tabla de salvación para él es recobrar un poco de gobernabilidad”. ¿Santos la tuvo?
Dos de los peores presidentes de la historia de Colombia apuntan al único que podría hacerles competencia. Hasta ahora…
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Y otra: nefasto precedente será la expulsión del Ejército decretada al sargento Juan Carlos Díaz, comandante de los soldados que violaron a una niña embera en Mistrató. Como buen ciudadano, evitó que el delito quedase impune. Pero resultó más delictuoso que se le hubieran volado los reclutas en medio de la selva.
El mensaje explícito es: encubra y conservará el puesto.
¿Esperaban que se parasen firmes, mano en la visera, pecho de paloma y mirada de águila: “¡Permiso, mi sargento, para violar una niñita!”?
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