¿En realidad creímos que el Congreso se iba a autoregular? ¿Que iba a legislar en contra de normas que benefician y sostienen en el poder a los parlamentarios? Ilusos que somos.
Que se hundiera un punto más de la lucha contra la corrupción - el de eliminar la casa por cárcel a los corruptos -, cuando terminaba la primera legislatura, no debería sorprendernos. Ni siquiera la manera de hacerlo: que al presidente de la Cámara, Alejandro Chacón, le avisaron a último minuto y que este pidió actas que nunca se solicitan; que el presidente del Senado, Ernesto Macías, dilató por ocho meses el debate; que la ministra del Interior, Nancy Patricia Gutiérrez, se confundió y nombró de conciliador al representante que no era y el que era al parecer estaba distraído viendo el partido de fútbol entre Colombia y Qatar.
Marrullerías, que es lo que mejor saben hacer en ese “nido de ratas”, como lo definió el senador Gustavo Bolívar en medio de una plenaria. Porque en eso se convirtió el parlamento: en un espacio para insultarse, sacarse los trapos al sol, para renegar del compañero… y no para debatir proyectos de ley y otras cosas
importantes.
Ahí vimos a Antanas Mockus bajarse los pantalones y pelar el culo; también hacer actividades recreativas con el pretexto de fomentar la confianza (¡ja!). Vimos a Antonio Zabaraín pararse ante el micrófono para decir incoherencias con la torpeza de un borracho en medio del debate de Odebrecht. A Jonathan ‘Manguito’ Tamayo decir que lo pillaron “dormido” cuando no supo defender el proyecto de ley del que él era ponente. A Carlos Felipe Mejía vociferar y ladrar como perro rabioso del Centro Democrático. A Jesús Santrich tomar posesión del cargo a pesar de tener procesos por narcotráfico. A Macías no saber contar votos ni establecer cuánto es una mayoría. A María Fernanda Cabal acusar al New York Times de recibir plata de la guerrilla. A Álvaro Uribe llamar “sicario” a su colega Gustavo Petro, quien cree que el azúcar es peor que la cocaína… la lista es larga.
A Mario Castaño no lo vimos, por eso casi pierde su investidura.
Son pocos los congresistas que se salvan, pues la avalancha de escándalos y mediocridad que los rodea se los traga. Además, hubo proyectos que se tramitaron y que son positivos. Están el límite al impuesto predial, los incentivos a los paneleros y la protección del Estado a las víctimas de ataques con sustancias corrosivas. Sin embargo, ninguno de estos proyectos puede marchar bien si en el fondo no se ataca la corrupción enquistada en nuestra clase dirigente.
Es la corrupción la que saquea a las EPS y les impide cubrir los gastos médicos de una persona quemada con ácido. Son los cabilderos de las grandes empresas azucareras los que manipulan a los congresistas para salir favorecidos en algunas normas (afectando a las cerca 350 mil familias paneleras) que favorezcan esta industria. Son los carteles de la comida chatarra los que no quieren que los alimentos lleven sellos que adviertan con claridad su contenido al consumidor y por eso buscan aliarse con algunos políticos y financiar sus campañas. Son los contratistas y políticos untados los que no quieren que se conozcan sus declaraciones de impuestos.
Que el Congreso apruebe los siete puntos del estatuto anticorrupción, por el que votamos 11 millones de colombianos, es una utopía. Es ir en contra de sus intereses que, más allá de beneficiar a los colombianos, buscan llenar sus bolsillos a costa del erario. O sea, de la corrupción.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015