Entre 1992 y 1999 se emitió en la televisión colombiana la comedia Vuelo Secreto, que trataba de los enredos de una agencia de viajes y sus empleados. La serie se hizo popular por personajes como Oswaldo, el impertinente mensajero; el folclórico galán que se hacía llamar Triplepapito y por el dueño de la agencia, Ernesto Suárez Vergara, un jefe “terriiible” que acosaba y manoseaba a sus empleadas.
Y todo era cosa de risa. Las ejecutivas voluptuosas en minifalda, ropa ajustada y con apellidos como Bustos y Cucalón. Los desabridos piropos del jefe y compañeros de oficina. Las miradas lascivas a través de una persiana mientras el personaje interpretado por Carlos Barbosa le hacía comentarios de doble sentido a su amigo, otro viejo verde.
Esta serie, clásica de las comedias colombianas, no se emitiría hoy, en los tiempos de #MeToo. En momentos en que pululan las denuncias por acoso sexual a personajes poderosos como el productor de cine Harvey Weinstein o el nonagenario expresidente gringo George Bush. Y eso está bien, significa que estamos cambiando. Le cae de perlas a un país como el nuestro, donde los abusos sexuales se incrementaron en un 8,9% en lo que va del año, según la Fiscalía. Entre enero y septiembre se registraron 17.412 casos. O sea, uno cada 22 minutos, según reportó Medicina Legal.
Hay que aplaudir todas esas iniciativas que invitan a denunciar a los depredadores sexuales. Pero sin caer en fundamentalísimos.
Las redes sociales se han inundado de mensajes señalando y denunciando personajes que han abusado sexualmente de alguien. ¡Hasta el actor porno Nacho Vidal lo hizo! Y a medida que más y más historias aparecen, surgen ideas en las que la frontera entre el acoso y el coqueteo empieza a desaparecer.
Todavía no entiendo cómo pretenden regular los piropos. ¿Quién establece el límite para saber si lo que se dice es vulgar, erótico, cómico o romántico? ¿Cómo se delimita el contexto? ¿Los códigos entre los grupos de personas? ¿Habrá una cláusula que establezca que solo la actriz porno Esperanza Gómez pueda decir “¡juepueta, qué rico!” cuando vea un hombre que le gusta?
La fiebre Weinstein está en boga y es entendible que se quiera castigar a todo lo que medio se asemeje a un abuso sexual. Aborrezco la forma en que este millonario cineasta se aprovechó de su influencia para humillar, manosear e incluso violar a las mujeres. Hasta el “terriiible” Ernesto Suárez Vergara tenía más decoro. Pero no todo flirteo debe considerarse acoso.
Tomemos distancia del chisme farandulero. De la indignación mediática que nos impide reconocer que posiblemente no estaríamos aquí si no hubiese sido por un piropo dicho en el momento preciso. Por un coqueteo en el pasillo de una oficina. Por una osada echada de perros.
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