Levantarse, bañarse, desayunar y entrar a Zoom. Silenciar micrófonos, encender cámaras, abrir enlaces, revisar guías, ver videos en Youtube y desarrollar actividades en el cuaderno. Pararse a preguntar: ¿mamá cuánto falta para que se acabe esta clase? Terminar, revisar el horario y volver a conectarse. Así, con intervalos y descansos, transcurren los días de mi hija de 8 años, de lunes a viernes, entre las 8:20 a.m. y las 4.00 pm.
Al comienzo de la pandemia repetía ¿cuántos días faltan para que se acabe la cuarentena? Ahora que sus papás regresamos a las oficinas la frase cambió por ¿cuánto falta para volver al colegio? Cuando le pregunto por qué quiere regresar la respuesta siempre es la misma: “para jugar con mis amigos”.
Intenté sesiones virtuales para que charlara y jugara con otros niños, pero en pocos minutos se aburría. Tampoco le gusta hablar por teléfono y no vive con hermanos. Mi hija, como miles de niños pequeños, lleva un semestre conversando casi de manera exclusiva con sus papás y uno que otro adulto. También habla con los muñecos. Su relación personal con otros niños desapareció.
Hoy hace 6 meses 6,4 millones de estudiantes colombianos tuvieron su último día de colegio presencial. Llevan un semestre pegados a pantallas de computador, celular y televisor, en el mejor de los casos: de los 2,4 millones de estudiantes rurales solo el 17% tiene conectividad y ese dato debería motivar una discusión fuerte sobre la necesidad de reabrir los colegios. Pero si eso no basta entonces urge revisar las cifras de violencia intrafamiliar, que se dispararon con la cuarentena. ¿Al cuidado de quién quedan los niños sin colegio, cuando los papás regresan a trabajar?
Entiendo los riesgos de contagio por covid-19, pero también el impacto de la virtualidad en la salud mental de los niños: aún no sabemos lo que causará este aislamiento prolongado en pequeños que todavía no chatean, no tienen mail, no hacen visita por teléfono ni tienen redes sociales y su interacción con otros depende por completo del contacto físico. Así como se abren iglesias, hoteles y oficinas, es hora de empezar abrir colegios. No pido a que todos los niños regresen en masa, todos los días, durante toda la jornada. Aspiro a que hagan pilotos para que voluntariamente algunos niños vayan una vez por semana, al menos un rato, a hacer lo indispensable, lo que no hacen por Zoom ni podemos ofrecerles en casa: volver al colegio para gozar del recreo.
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