Denis Cruz Medina escribió el 22 de junio en Twitter: “Háblame de dolor cuando pierdas a un ser querido y olvidas poco a poco su voz”.
Se refería a su hermano, quien hace un año gozaba de la vitalidad de sus 18 años. Estaba a tres días de graduarse de bachillerato del colegio distrital Ricaurte de Bogotá y avanzaba en el papeleo del crédito para estudiar psicología. Era alegre, algo desordenado y rebelde, defensor de los animales y jugador de voleibol en la cancha de Ciudad Montes. Tenía una estrecha relación con su abuelo José Arturo y era el hombre en una familia de mujeres: su papá murió de hepatitis cuando él tenía 3 años y la mamá quedó a cargo de Dilan y sus hermanas Geraldine, Denis y Mayerli.
Mañana 23 de noviembre a las 4:30 p.m. se cumplirá un año del instante en el que el capitán de la policía Manuel Cubillos Rodríguez disparó una escopeta calibre 12 con munición “bean bag”. La traducción de bean bag es bolsa de fríjoles, pero esas balas no tienen granos comestibles sino perdigones de plomo. La bala entró en la cabeza de Dilan Cruz, quien permaneció inconsciente dos días en el Hospital San Ignacio. Luego falleció.
El general Hoover Penilla, comandante de la policía de Bogotá, ofreció su lectura de lo ocurrido: “Hasta aquí me llegó mi vida; hasta aquí mi familia, hasta aquí mi profesión”. Se refería al capitán Cubillos. “Pues lógico que yo no puedo levantar a Dilan de esa sala de cuidados intensivos. Pero también tengo que ponerme en los zapatos de esta otra persona”, explicó.
Durante varios días la discusión se centró en el tipo de arma utilizada. La policía informó que era “no letal”. Letal significa mortífero según la Real Academia de la Lengua (RAE). Había arma y muerto pero la policía insistió en que se trataba de una excepción a la regla de la no letalidad. Ya se sabe: Colombia, país de gramáticos.
La familia de Dilan, en medio de la incredulidad y el llanto, se enfrentó a la mezquina pero frecuente costumbre de endilgarle la culpa al muerto: si lo mataron por algo será. Denis tiene en su Twitter un titular de Semana del 2 de diciembre: ““Dilan Cruz era un vándalo”: Paloma Valencia”.
La voz, la risa y el olor son rasgos frágiles que se borran rápido. Para retardar el olvido sirven las fotos. En varios videos de Jenny Alejandra Medina, la mamá de Dilan, se ve a su hijo sonriendo desde un cuadro en la pared o en pancartas. Los videos y carteles con el letrero “los estudiantes no somos terroristas” son para plantones en donde la familia exige que el caso no quede impune.
Ese reclamo va regular: el 29 de agosto el Consejo Superior de la Judicatura decidió que el Esmad usó su fuerza para dispersar a los manifestantes del paro nacional y que el disparo fue un acto del servicio. En consecuencia la investigación la lleva la justicia penal militar y no la justicia ordinaria, como pedían la familia y Human Rigths Watch. La investigación disciplinaria comenzó en julio y la Procuraduría formuló hace poco pliego de cargos.
A falta de fallos, podría servir la restauración simbólica, pero esa también va regular. En la calle 19 con 4 de Bogotá, en donde cayó Dilan, levantaron un lugar para honrar su memoria con materas con su imagen. El 20 de junio su hermana publicó fotos con las macetas rotas, volteadas y las plantas destruidas. El 7 de mayo otro ciudadano había registrado imágenes del sitio lleno de pintura negra.
Otra reparación simbólica son las disculpas públicas, pero el gobierno acostumbra ponerse afónico en estos casos. La Corte Suprema de Justicia ordenó al ministro de Defensa ofrecer disculpas “por los excesos del Esmad” y el pasado 7 de octubre el Tribunal Superior de Bogotá reiteró que Mindefensa no había presentado disculpas en los términos señalados por la Corte.
Hace 30 años la antropóloga María Victoria Uribe acuñó el concepto de “Matar, rematar y contramatar” para describir el ensañamiento con las víctimas de las masacres. Ella se refería a los cuerpos y el de Dilan ya no está, pero pienso en su familia y creo que les calza esa idea: el Estado mató a Dilan, pero además lleva un año rematando simbólicamente a sus dolientes. A eso le llaman revictimizar. La RAE no reconoce esa palabra que acá se usa a diario: la necesidad obligó a inventarla, en este país de gramáticos.
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