La crisis del caficultor
Señor director:

“¿Coger café?, que lo coja el que lo sembró” es una de las expresiones que comúnmente se escuchan cuando algún caficultor (más no cafetero) trata de contratar a alguien. Es lamentable que la violencia, el marginamiento, la pobreza , la ignorancia, la falta de oportunidades hayan contribuido a dejar los campos solos y buscar el pueblo o las ciudades en donde las oportunidades también tienen las puertas cerradas para quienes miran un horizonte mejor. ¡Cómo ha cambiado el campo! 
Los campesinos se acabaron. Por fortuna, para bien o para mal, la energía eléctrica; el transporte; las vías terciarias, aunque falten o sean deficientes; los electrodomésticos; la educación; el alfabetismo; la música; los medios de comunicación y todas las facilidades del área urbana, llegaron para quedarse. El Internet, el consumismo y el apetito por la vida fácil acabaron con el sentimiento de afecto por lo rural, y el campo, en vez de crecer, sigue siendo mirado como el leproso de nuestra sociedad.
“Sálvese quien pueda” parece ser la esencia de la vida rural, en la cual sobreviven con una economía de subsistencia “los gurres que no saben sino arañar la tierra” y, esos gurres de hoy ya están viejos y poco o nada pueden hacer por un campo que agoniza en medio de la pobreza y el marginamiento de quienes tienen que vivir en sus pequeñas parcelas porque no tienen otra opción. 
Los jóvenes ya no quieren saber de azadones, regatones (ahora entraron en la moda pero del reggaeton), palas, calabozos (saben de esta palabra, pero cuando por alguna infracción los llevan allí detenidos), machetes y otras herramientas para labrar la tierra y hacerla producir alimentos y otros productos que otrora, aunque fuera sin mercado, por lo menos se producían en abundancia.
La moda es estudiar “para ser alguien en la vida”, ¡una educación que en vez de abrir oportunidades, de servir para amarrarse, atarse y enraizarse en la ruralidad como técnicos, como pequeños empresarios, como personas comprometidas con el medio ambiente, con el progreso, con el cambio; lo que hacen es, motivados por los profesores que les llenan el cerebro de desmotivación y sí de motivación para que se vayan, porque la ciudad brinda oportunidades, ya que ser campesino es una vergüenza y un deshonor.
Prefieren irse para la ciudad a vender cigarrillos, minutos, dulces, limpiar vidrios en los semáforos, cuidar carros, cargar mercados, ejercer la prostitución y otros oficios que, mejor…, dejémoslo así. Y estos gobiernos araneros, que saben con certeza que el campo es el futuro, prometen y prometen, para no cumplir. Ellos saben que hay que hacer inversión, estimular y motivar a los jóvenes para que permanezcan en sus tierras con educación que satisfaga las necesidades para ser profesionales del campo y no para migrar. Definitivamente, es un castigo ser “campesino” en un país llamado Colombia.
Elceario de J. Arias Aritizábal

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